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En los últimos días, a manera de
ejercicio de memoria, he estado viendo no pocas cowboyadas. No es pues un apego
por el género, sino más bien un interés por viajar en la memoria y ubicarme
entre los 10 y 12 años, en esas noches cuando en Canal 2 se transmitían
películas de vaqueros que miraba con atención, sin saber que años después,
varias de esas películas se convertirían en importantes para mi vida.
Con los años, supe que muchas de estas
películas pertenecían al Spaghetti Western y al respecto nunca me he hecho
problemas por la supuesta pureza que debe exhibir el género en el que se inscriben
las películas ambientadas en el Far West. Más bien, si uno quiere aprender a
narrar sin necesidad de estar tomando un curso o una clase, le sugiero que se
sumerjan en estas películas. Cualquiera de ellas, por más flojas que sean,
exhiben una coherencia narrativa que va de la configuración del personaje a las
descripciones y el hilo de la argumentación bajo la modalidad clásica.
Días atrás estuve en cacería de
películas, en un galpón del Jr. Quilca dedicado exclusivamente a la venta de
películas. En principio, miraba por mirar, pero llamó mi atención una película
cuya portada hizo que recordara a una película que vengo buscando y que hasta
el momento no encuentro. No sé qué edad tenía cuando la vi por primera vez,
quizá a los 10, pues me veo demasiado noble y tierno y, sin duda, crédulo. En
esa película, un malhechor, siempre vestido de negro, huía de otros malhechores
igual que él. En su huida, este malhechor vestido de negro, va matando a cuanto
cazarecompensa se le cruza por el camino, también se las pega de seductor, pero
lo que quedó impregnado en mi memoria de niño noble y tierno y, sin duda, crédulo,
fue que este personaje era un fanático de los huevos fritos. Siempre pedía
huevos fritos, el lugar era lo de menos: en el bar, en el hotel, en las
granjas, también a sus amantes, etc.
Cogí varias películas y entre ellas la
que creía que pensaba que era. Ha llegado
Sartana (1970) de Giuliano Carnimeo. Pensé que podría ser porque en la
portada se veía a un vaquero vestido de negro, totalmente de negro, hasta el
caballo era negro. Tomé un taxi y una vez en casa me puse a verla. No era, ni
por asomo, la cowboyada que esperaba, pero sí una buena película que debería
verse y de esta manera, de a pocos, rescatar el Western, el Spaghetti Western,
lo que gustes, porque este tipo de películas, aparte de ayudar a narrar,
cumplen una noble función hoy en día ignorada: entretener al espectador sin
estupideces, reflejando una épica.
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