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Mañana de relativo sol, el pasto me
obsequia un aroma a tierra húmeda, tierra blanda, como si toda la noche hubiese
habido ballet sobre él. Me gusta el olor de la tierra y pasto húmedos. Por un
momento barajo la idea de no abrir el stand de Selecta y sentarme como un Buda
para ponerme a leer. Anoche, mientras regresaba a casa, se me dio por releer Los caminos a Roma de Fernando Vallejo.
No sé cómo llegó ese libro a mi mochila, no recordaba haberlo puesto cuando
salí de casa en la mañana, lo más probable es que lo haya confundido, porque salí
tarde, con mucho apuro.
Después de tiempo que no volvía a la
narrativa del colombiano. Una narrativa que pone contra la pared a toda esa
prosa funcional que ya ha conquistado a muchos lectores en Hispanoamérica. La
funcionalidad de la prosa es la norma, ya no es la protagonista. En los tiempos
que corren resulta difícil encontrar una prosa tan sinuosa y afilada como la de
Vallejo. En este sentido, no deja de fastidiarme cuando se habla más de lo que
dice que de aquello que sustenta lo que dice, y contra lo que muchos puedan
pensar, tengo una adicción por la prosa de este escritor, no tanto por lo que
dice, que más bien me parece conservador y digno de un efectismo superfluo,
aunque claro, en lo que dice habría que subrayar la rabia, el resentimiento.
Bajé en la comisaría de Apolo y me puse
a caminar por el barrio. Las pocas páginas releídas de Vallejo me dejaron
pensando, con inquietudes que pensaba saldar en la breve caminata que daría
antes de llegar a casa y ponerme a ver las dos películas que me estaban
esperando. De lo que me preguntaba, una pregunta quedó más tiempo en mi cabeza:
¿Qué pensarán los babosos que llaman resentidos, rabiosos y frustrados a
aquellos escritores en los que es posible detectar una indignación que alimenta
y personaliza su prosa? Cada vez que escucho/leo esos descalificativos, no
puedo dejar de sentir una enorme lástima por ellos, la mayoría en ascendente
reconocimiento, preocupados por la aceptación incluso de quienes desprecian.
Descalificar a un escritor a cuenta de una prosa que canaliza una denuncia,
prosa nutrida por el odio, es no más que un síntoma de aberrante ignorancia que
me presenta una realidad: lo poco que han leído. O sea, estos sonajeros no
tienen idea de qué va La guerra y la paz,
La cartuja de Parma, Meridiano de sangre, El lobo estepario, La montaña mágica, La broma
infinita…
Sin duda, estas características han sido
llevadas a la cima por Vallejo, en cuya obra no hay lugar para la sugerencia ni
la alegoría, claro, si es que hablamos de resentidos que escriben en español;
podría buscarle un hermano literario en inglés, pienso en James Ellroy, en
quién más.
Termino mi caminata, lenta y tranquila,
encontrando la plenitud en lo que otros descalifican: el placer de huevear.
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