sábado, agosto 29, 2015

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Mañana de relativo sol, el pasto me obsequia un aroma a tierra húmeda, tierra blanda, como si toda la noche hubiese habido ballet sobre él. Me gusta el olor de la tierra y pasto húmedos. Por un momento barajo la idea de no abrir el stand de Selecta y sentarme como un Buda para ponerme a leer. Anoche, mientras regresaba a casa, se me dio por releer Los caminos a Roma de Fernando Vallejo. No sé cómo llegó ese libro a mi mochila, no recordaba haberlo puesto cuando salí de casa en la mañana, lo más probable es que lo haya confundido, porque salí tarde, con mucho apuro. 
Después de tiempo que no volvía a la narrativa del colombiano. Una narrativa que pone contra la pared a toda esa prosa funcional que ya ha conquistado a muchos lectores en Hispanoamérica. La funcionalidad de la prosa es la norma, ya no es la protagonista. En los tiempos que corren resulta difícil encontrar una prosa tan sinuosa y afilada como la de Vallejo. En este sentido, no deja de fastidiarme cuando se habla más de lo que dice que de aquello que sustenta lo que dice, y contra lo que muchos puedan pensar, tengo una adicción por la prosa de este escritor, no tanto por lo que dice, que más bien me parece conservador y digno de un efectismo superfluo, aunque claro, en lo que dice habría que subrayar la rabia, el resentimiento. 
Bajé en la comisaría de Apolo y me puse a caminar por el barrio. Las pocas páginas releídas de Vallejo me dejaron pensando, con inquietudes que pensaba saldar en la breve caminata que daría antes de llegar a casa y ponerme a ver las dos películas que me estaban esperando. De lo que me preguntaba, una pregunta quedó más tiempo en mi cabeza: ¿Qué pensarán los babosos que llaman resentidos, rabiosos y frustrados a aquellos escritores en los que es posible detectar una indignación que alimenta y personaliza su prosa? Cada vez que escucho/leo esos descalificativos, no puedo dejar de sentir una enorme lástima por ellos, la mayoría en ascendente reconocimiento, preocupados por la aceptación incluso de quienes desprecian. Descalificar a un escritor a cuenta de una prosa que canaliza una denuncia, prosa nutrida por el odio, es no más que un síntoma de aberrante ignorancia que me presenta una realidad: lo poco que han leído. O sea, estos sonajeros no tienen idea de qué va La guerra y la paz, La cartuja de Parma, Meridiano de sangre, El lobo estepario, La montaña mágica, La broma infinita… 
Sin duda, estas características han sido llevadas a la cima por Vallejo, en cuya obra no hay lugar para la sugerencia ni la alegoría, claro, si es que hablamos de resentidos que escriben en español; podría buscarle un hermano literario en inglés, pienso en James Ellroy, en quién más. 
Termino mi caminata, lenta y tranquila, encontrando la plenitud en lo que otros descalifican: el placer de huevear.

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