jueves, agosto 27, 2015

"los vivos y los muertos"

Desde hace un tiempo le vengo prestando atención a los libros de la editorial española Alpha Decay. Como quien pierde el tiempo, pienso en cómo serían sus responsables, en lo que han tenido que leer para definir el perfil que no solo buscan en su editorial, sino también el de sus lectores. En el catálogo de una editorial, al menos en teoría, puedes darte cuenta de aquellos que sustentan su proyecto. 
Hace no más de un mes me encontraba en la librería El Virrey de Lima y me puse a revisar las novedades. Entre los títulos del sello uno llamó mi atención, no sé si por el título o el sonido que me despertaba el nombre de su autora. Lo importante es que me llevé el libro, haría con él lo que hago con todo libro que no ubico del todo: ofrecerle ciento cincuenta páginas de tolerancia. Si es que hablamos de novelas de largo aliento. 
No pasó mucho para que esa tolerancia se vaya, felizmente, a la mierda. 
Apúntalo en donde sea y no demores mucho en leerla. Estamos pues ante una novela que nos revela a una autora que nos deja con más preguntas que certezas. Será nueva entre nosotros, pero con una presencia más que importante en la narrativa norteamericana contemporánea. A eso se debían las ideas iniciales sobre los editores de esta editorial, porque hay que ser lectores que editan para haber apostado por una autora que muy poca gente en hispanoamericana ubicaba en la cartografía de la narrativa contemporánea. Estos lectores que editan se anotan un gol desde el mediocampo con esta novela de Williams. Hay que ser lector y tener la sensibilidad desarrollada para publicar una novela que debimos conocer hace ya muchos años, pero no es el momento para lamentarnos, sino es el momento de la celebración; porque esta novela es más que una gran novela, es también una cátedra abierta de la riqueza de la novela como género literario. 
Lo que nos enseña Williams es algo tan simple y tan de genuino de los grandes, como lo es narrar. Con esto no hablamos de una novela que sea fácil de leer, en absoluto. Los vivos y los muertos se nutre de la agilidad y densidad narrativas de la tradición norteamericana (pensemos en Faulkner, Steinbeck y McCarthy como faros para Williams) y de lo mejor de la escuela rusa decimonónica sobre la configuración de los personajes (Tolstoi y Pushkin). Así de salvaje es Williams, cuyas sombras de influencia son tan patentes, pero que a la vez ha sabido asimilar, rehuyendo de la mera imitación, construyendo así una poética propia que ha enriquecido con el aliento de la locura desértica/lisérgica del cine de David Lynch. Williams se impone como una eximia hacedora de personajes, prueba de ello lo vemos en las protagonistas de su novela, las tres adolescentes huérfanas: Alice, Annabel y Corvus, quienes en su árido pueblito de Arizona ven pasar los días y en esa actitud intentan conocerse a sí mismas, como también a las personas que las rodean. 
Somos testigos, en primer lugar, de un asombro por partida triple y mediante el asombro asistimos donde el talento de Williams, que no es otro que el saber mirar y escuchar. Estas tres adolescentes pueden tener intereses comunes propios de la edad, pero son tan diferentes entre sí, hasta en el modo de emplear sus registros verbales accedemos a un monumental trabajo de albañilería verbal. Es precisamente en este trabajo de albañilería en el que descansa el prestigio de Williams (se la conoce como una “fábrica de sensibilidades”), y este prestigio narrativo lo vemos en una paulatina secuencia de configuración de sus personajes, ya sea en los principales y en los que vienen después. En el caso de las huérfanas, nos encontramos ante mujeres quebradas, pero cada quien a su modo, se las arregla para no ser absorbidas por una realidad que, aparte de llenarles de tierra, no les brinda la más mínima oportunidad de salir adelante. Por esta razón, a manera de resistencia, las tres hacen lo que les viene en gana con las personas que las conocen. Esta interacción se refuerza con la estrategia de Williams de desordenar la estructura de la narración, lo que confiere de verosimilitud a la galería de personajes que desfilan sin cesar en estas páginas. Por momentos, podemos tener la idea de estar ante un mosaico de gente desadaptada, pero no, no hablamos de una locura premeditada, sino de una locura que se asume sin pensar, como una forma de sobrevivir en este lugar árido y caluroso que es toda una invitación a la muerte en vida. 
Los vivos y los muertos bien puede ser calificada de obra maestra, una novela no de trama, ni de estructura, sino de personajes. Sin embargo, así el lector de turno sea muy cuajado, debemos advertirle que tiene que poner a prueba su paciencia, aunque sea en las cien primeras páginas. Como señalé líneas atrás, nos enfrentamos a un trabajo de albañilería de Williams para con sus personajes, que puede llegar a ser lento y pesado. La paciencia es pues un requisito, y pasado este óbice, uno ya está en la novela, con la firme intención de no querer abandonarla jamás. 

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Publicado en Revista Lecturas

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