"los vivos y los muertos"
Desde hace un tiempo le vengo prestando
atención a los libros de la editorial española Alpha Decay. Como quien pierde
el tiempo, pienso en cómo serían sus responsables, en lo que han tenido que
leer para definir el perfil que no solo buscan en su editorial, sino también el
de sus lectores. En el catálogo de una editorial, al menos en teoría, puedes
darte cuenta de aquellos que sustentan su proyecto.
Hace no más de un mes me encontraba en
la librería El Virrey de Lima y me puse a revisar las novedades. Entre los
títulos del sello uno llamó mi atención, no sé si por el título o el sonido que
me despertaba el nombre de su autora. Lo importante es que me llevé el libro,
haría con él lo que hago con todo libro que no ubico del todo: ofrecerle ciento
cincuenta páginas de tolerancia. Si es que hablamos de novelas de largo
aliento.
No pasó mucho para que esa tolerancia se
vaya, felizmente, a la mierda.
Apúntalo en donde sea y no demores mucho
en leerla. Estamos pues ante una novela que nos revela a una autora que nos
deja con más preguntas que certezas. Será nueva entre nosotros, pero con una
presencia más que importante en la narrativa norteamericana contemporánea. A
eso se debían las ideas iniciales sobre los editores de esta editorial, porque
hay que ser lectores que editan para haber apostado por una autora que muy poca
gente en hispanoamericana ubicaba en la cartografía de la narrativa
contemporánea. Estos lectores que editan se anotan un gol desde el mediocampo
con esta novela de Williams. Hay que ser lector y tener la sensibilidad
desarrollada para publicar una novela que debimos conocer hace ya muchos años,
pero no es el momento para lamentarnos, sino es el momento de la celebración;
porque esta novela es más que una gran novela, es también una cátedra abierta
de la riqueza de la novela como género literario.
Lo que nos enseña Williams es algo tan
simple y tan de genuino de los grandes, como lo es narrar. Con esto no hablamos
de una novela que sea fácil de leer, en absoluto. Los vivos y los muertos se nutre de la agilidad y densidad
narrativas de la tradición norteamericana (pensemos en Faulkner, Steinbeck y
McCarthy como faros para Williams) y de lo mejor de la escuela rusa
decimonónica sobre la configuración de los personajes (Tolstoi y Pushkin). Así
de salvaje es Williams, cuyas sombras de influencia son tan patentes, pero que
a la vez ha sabido asimilar, rehuyendo de la mera imitación, construyendo así
una poética propia que ha enriquecido con el aliento de la locura
desértica/lisérgica del cine de David Lynch. Williams se impone como una eximia
hacedora de personajes, prueba de ello lo vemos en las protagonistas de su
novela, las tres adolescentes huérfanas: Alice, Annabel y Corvus, quienes en su
árido pueblito de Arizona ven pasar los días y en esa actitud intentan
conocerse a sí mismas, como también a las personas que las rodean.
Somos testigos, en primer lugar, de un
asombro por partida triple y mediante el asombro asistimos donde el talento de
Williams, que no es otro que el saber mirar y escuchar. Estas tres adolescentes
pueden tener intereses comunes propios de la edad, pero son tan diferentes
entre sí, hasta en el modo de emplear sus registros verbales accedemos a un
monumental trabajo de albañilería verbal. Es precisamente en este trabajo de
albañilería en el que descansa el prestigio de Williams (se la conoce como una
“fábrica de sensibilidades”), y este prestigio narrativo lo vemos en una
paulatina secuencia de configuración de sus personajes, ya sea en los
principales y en los que vienen después. En el caso de las huérfanas, nos
encontramos ante mujeres quebradas, pero cada quien a su modo, se las arregla
para no ser absorbidas por una realidad que, aparte de llenarles de tierra, no
les brinda la más mínima oportunidad de salir adelante. Por esta razón, a
manera de resistencia, las tres hacen lo que les viene en gana con las personas
que las conocen. Esta interacción se refuerza con la estrategia de Williams de
desordenar la estructura de la narración, lo que confiere de verosimilitud a la
galería de personajes que desfilan sin cesar en estas páginas. Por momentos,
podemos tener la idea de estar ante un mosaico de gente desadaptada, pero no,
no hablamos de una locura premeditada, sino de una locura que se asume sin
pensar, como una forma de sobrevivir en este lugar árido y caluroso que es toda
una invitación a la muerte en vida.
Los
vivos y los muertos
bien puede ser calificada de obra maestra, una novela no de trama, ni de
estructura, sino de personajes. Sin embargo, así el lector de turno sea muy
cuajado, debemos advertirle que tiene que poner a prueba su paciencia, aunque
sea en las cien primeras páginas. Como señalé líneas atrás, nos enfrentamos a
un trabajo de albañilería de Williams para con sus personajes, que puede llegar
a ser lento y pesado. La paciencia es pues un requisito, y pasado este óbice,
uno ya está en la novela, con la firme intención de no querer abandonarla
jamás.
…
Publicado en Revista Lecturas
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