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Desde hace un tiempo me despierto ajeno
a las noticias del día. Prefiero saber de estas en el curso de las horas o en
todo caso en la noche. En vez de ello, sintonizo Fox Classics o escucho un cd.
Hoy preferí lo segundo, puse en la lectora a The Kinks, una compilación
personal de sus mejores canciones. No hay mejor manera que empezar un lunes que
escuchando a The Kinks. Más de una vez lo he dicho: hay que hacerle justicia a
The Kinks, sacarlo de esa parcela para caletas en la que se alaba a las bandas
de culto.
A lo mejor, la aparición de esta banda
se dio en un contexto en donde se podía encontrar bandas con mayor arraigo en
publicidad, más una exhibición de necesario escándalo. Tampoco digo que The
Kinks haya sido una banda de zanahorias. A diferencia de las otras, esta banda
hacía sus travesuras detrás de la puerta. Sé que esta impresión poco o nada
ayuda en una valoración musical, pero también nos puede ayudar a comprender la
situación de una banda que musicalmente sigue fresca, una banda de la que
podríamos decir que respeta la pureza del rock. No hablamos de una poética
musical anquilosada, ya que ha sabido abrirse a nuevas tendencias, sin
abandonar la luz de sus raíces.
Desde que escucho a The Kinks, mis lunes
son mejores. Lo hago segundos después de ver la película diaria, la misma que
pongo en la lectora del dvd a las 5 de la madrugada. En este sentido, y sin
darme cuenta, he llegado a la conclusión de que me he convertido en un animal de
costumbres, extrañando las épocas en las que hacía mis cosas a mi regalada
gana. Pero en estas nuevas costumbres, me siento, no lo niego, más productivo.
A saber, la lucha contra la depresión se me hace mucho más fácil, ya no me es
tan jodida como sí lo era antes. En eso reconozco su valía. Sé también que esta
impresión es temporal, lo sé por experiencia, mis estados de ánimo suelen
cambiar muy rápido, soy como un río que en una hora puede experimentar cuatro
cambios de corriente, es decir, nada más alejado de uno que el odio o la
alegría sostenidos.
Hablando de odios y alegrías. Ni bien
llego a la feria de PUCP, me conecto a Internet para revisar mis correos y mi
cuenta de Face. Encuentro en ellos alegría y resentimiento a causa del texto de
Ampuero sobre narrativa peruana última, publicado ayer en El Dominical. Iba a
responderle al más iracundo de todos, pero a los segundos pensé para qué, hice
lo mismo con los más felices que se sienten canonizados. Más bien, lo que sí
haré será comentar el texto de Ampuero, porque si algo tengo que decir, prefiero
dejarlo por escrito y de esta manera me evito tener que responder esta
avalancha de mensajes virtuales de los felices y resentidos.
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