Chirbes
El sábado 15 en la madrugada me enteré
de la muerte del narrador español Rafael Chirbes.
No lo voy a negar, sentí una profunda
pena porque era un autor a quien admiraba, específicamente por dos libros.
Ambas novelas, una corta y la otra de largo aliento. Mimoun y Crematorio.
Cuando al respecto escribí un breve
texto en mi cuenta de Facebook, más de uno me preguntó por qué no consignaba su
también celebrada novela En la orilla.
La razón no guardaba grandes secretos. Ocurre que En la orilla, siendo una buena novela, no había calado en mi
experiencia lectora, hasta podría decir que me gustó por partes. Me bastaba y
sobraba con las dos novelas que consigné. Por ejemplo: Mimoun es una novelita de la que me doy el gustazo de releer una
vez por año, que no es poca cosa, porque lo mismo hago con El corazón de las tinieblas de Conrad, El extranjero de Camus y algunas novelitas más. Sé que suena muy
exagerado, pero me refiero a una suerte de empatía, o llámale conexión con esta
novela que fue el disparo inicial, el primer ladrillo, con el que el Chirbes
comenzó a construir su trayectoria.
Aún tengo presente el momento que la
leí. Andaba a la caza de un nuevo autor español. Obviamente, me ubico en una
época en la que iba muy atento a la narrativa española actual, quizá porque
muchos escritores jóvenes españoles venían invitados a Lima. Como fuere, mi
interés por la narrativa española iba acorde con una posería, como el estar al
tanto de las novedades de las editoriales que marcaban la pauta en ese entonces.
No me juzguen, tenía veintipocos y pensaba que ya era el momento de leer a nuevos
narradores de otros países, y la necesidad era entendible y reforzada, teniendo
en cuenta que muy poco había quedado de la narrativa peruana última escrita en
los noventa. Fue así que llegué a Chirbes, de casualidad, porque no se trataba
de un narrador joven, aunque no tardé en darme cuenta de que era un autor
nuevo. Si no me hubiera interesado por la narrativa española última de la época,
quizá habría llegado a Chirbes muchos años después, a lo mejor con un libro
lejano a ser una idónea puerta de entrada a su poética.
Mimoun fue finalista
del Premio Herralde de 1988. La publicó a los 39 años, o sea, con suficiente
experiencia de vida, en un estado de madurez emocional que le permitió encausar
una prosa por demás sensual. Si tuviéramos que definir Mimoun, haríamos bien en llamarla “Novela sensual”, en la que la sugerencia
no es el medio, sino la norma que canaliza el discurso del autor que nos
presenta estas páginas ambientadas en Marruecos, páginas que nos testimonian
los devaneos de Manuel, un profesor español que vive en la ciudad de Fez que
decide irse a Mimoun con el único fin de escribir un libro. Manuel sufre de
crisis existencial a razón de no poder escribir el libro, libro del que no se
dice nada, pero poco nos importa aquel libro, porque Chirbes nos coloca en la
piel de un aspirante a escritor que recorre Mimoun de madrugada en búsqueda de
aventuras. Llega a su hospedaje tan cansado, habiendo sido amado por hombres y
mujeres, que no tiene tiempo ni ganas mínimas de escribir. En principio,
podríamos estar ante una metáfora del escritor que no escribe, pero no, nos
enfrentamos a una novela que metaforiza el sinsentido existencial que depara un
lugar en donde solo hay tierra y calor.
Sin duda, Mimoun fue una excelente carta de presentación para Chirbes. Y no
dudé en ir tras sus libros en los años venideros. En el trayecto leí casi todos
sus libros, destacando La buena letra,
Los disparos del cazador y La caída de Madrid, las cuales, y pese a
su buena factura, no lograban el hechizo de Mimoun.
Como ensayista también entregó títulos que recomiendo, como El viajero sedentario y El novelista perplejo. Es precisamente
en el ensayo donde pude intuir algo que veía contadas veces en un escritor en
actividad: un claro compromiso político, pero este compromiso estaba libre del
alegato. Chirbes era sabedor de su talento para escribir, pero siempre cuidó la
calidad de su prosa, que esta no se contamine con el respiro ideológico de
izquierda. En sus ensayos podíamos acceder al intelectual comprometido, este
compromiso lo deducíamos en los márgenes de su exposición, además, nunca usaba
la adjetivación barata, sino la argumentación inteligente, ajena a la
pedantería, tal y como lo podemos ver en los maestros del ensayo. Me gustaba
ese Chirbes, pese a que no sintonizaba del todo con sus ideas políticas, estas
poco o nada me importaban porque bastaba y sobraba con recibir de su
generosidad intelectual.
Pasaron algunos años para volver a otro
título de Chirbes, en ese lapso me enteré del éxito de Crematorio, el cual leí a destiempo, ajeno a los saludos de la
inmediatez. Crematorio no es una
novela fácil de leer, pero con un poco de paciencia, la paciencia del hincha,
hice mía esa proeza que aparte de ser una joya literaria, resultaba también un
testimonio crudo y demoledor de una España que vivía una mentira, la mentira
del Boom inmobiliario. En estas páginas accedíamos a personajes corroídos por el
dinero, personajes que exhibían una frivolidad insulsa y que se legitimaban en
el bien material a costa del prójimo. Por lo escrito, no pensemos en que estamos
ante una novela de corte moralista, no, lo que relato es solo la coraza, porque
su pulpa era una auténtica bomba Molotov construida con un estilo sinuoso,
envolvente, el ideal para que Chirbes nos muestre en toda su amplitud la
degradación moral de sus personajes, degradación que traspasaba la experiencia
literaria para instaurarse como una radiografía de la condición actual del
hombre en su relación con el mundo.
Todos los reconocimientos que mereció Crematorio fueron más que justificados,
los que reforzaban aún más la legitimidad que había alcanzado su obra. Pues
bien, me permito especular sobre la resonancia de su nombre y el alcance de su
obra fuera de su país. Es cierto que sus libros podían hallarse en
Latinoamérica, pero solo llegaban a ellos los lectores bien informados, los que
hurgaban aún más en los catálogos de las editoriales. A esto sumemos que era un
autor discreto, de lo que prefieren hablar con sus libros que en una entrevista
a toda página. En otras palabras: no era un figurón.
Para muchos lectores peruanos, el nombre
de Chirbes empezó a sonar cuando se anunciaron a los tres narradores finalistas
de la Primera Bienal Mario Vargas Llosa de Novela. Junto a Las reputaciones de Juan Gabriel Vásquez y Prohibido entrar sin pantalones de Juan Bonilla, pugnaba por el
premio En la orilla de Chirbes. Quien
esto escribe ha tenido la oportunidad de leer estas novelas y si bien las de
Vásquez y Bonilla son una muestra más, y tajante, de sus buenos y saludados
oficios literarios, no podían compararse a En
la orilla. Además, esta novela de Chirbes venía precedida de elogios y
premios en España, en donde se la ubicó como la mejor novela del año. En este
sentido, no era descabellado pensar/especular que su novela era la que ganaría
esta primera edición de la Bienal. Sin embargo, Chirbes no vino. Al respecto se
barajaron varias versiones. Se dijo que su ausencia obedecía a motivos de salud,
pero esa versión se cae sola, ya que el autor venía desde hace buen tiempo en
constante actividad de promoción literaria. Pues bien, la versión más
sustentada descansa en el hecho que no
vino a Lima debido a sus convicciones ideológicas. La abierta simpatía de
Chirbes por el comunismo y la izquierda eran más que abiertas y rastreables
tanto en su poética como en su actividad promocional. Su discurso político
tenía un objetivo a atacar: el neoliberalismo. Tampoco había que ser un dotado
neuronal para no deducir que esta bienal tenía también un cariz político e
ideológico, en franca respuesta al Premio Rómulo Gallegos.
En tiempos como los que corren, en los
que no pocos escritores llamados de izquierda son presas del atarantamiento
mediático, en los que aceptan sin dudar reconocimientos que contradicen su
discurso político e ideológico, el ejemplo de Chirbes resulta saludable y a la
vez perdurable. Se puede estar de acuerdo o no con su actitud, en la que dejó
de lado todos los beneficios promocionales, como también pecuniario (100 mil
dólares), en pos del respeto de su discurso, un discurso de izquierda presente
en todos sus libros y que no iba a mancillar por la tentación del diablo verde
y los flashes. Aparte de estupendo narrador que deberíamos leer, era también un
artista/intelectual que hoy por hoy deberíamos emular.
…
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