martes, septiembre 01, 2015

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Al mediodía fui con mi madre al cementerio Parque del Recuerdo, en Lurín, a visitar a mi abuela. Ha pasado un año sin mi abuelita y al respecto, no lo pienso mucho: doy gracias a Dios por haber permitido que una mujer como ella me haya querido tanto. Me gustó pasar este tiempo con mi madre, quien, al igual que mi abuelita, no dejaba de darme consejos mientras acomodábamos las flores que más le gustaban a mi abuelita. También me gustó que hayamos sido las únicas almas en todo ese inmenso campo verde del cementerio, viendo desde nuestra posición el mar y sintiendo, de cuando en cuando, el aroma proveniente de las olas. 
Regresamos a casa y almorzamos. 
Se supone que no iría hoy a la feria de la PUCP. En realidad, no quería ir, mi idea era quedarme todo el día con mi madre, pero debía ir porque tenía que presentar el poemario Lección de las aves de Eduardo Reyme. Para desperezarme, tomé otro duchazo y salí sin más a la feria. La presentación era a las cinco de la tarde. Tomé un taxi, pero el taxista, de pinta canchera, tomó la vía más larga. Estuve a punto de llamarle la atención, pero cuando le pregunté si se podía fumar (algo que hago siempre con los taxistas), su respuesta afirmativa hizo que dejara para después la queja sobre su pésima elección rutera. 
Llegué diez minutos tarde y llamé a Eduardo para decirle que me espere si en caso la presentación ya hubiera empezado. Me dijo que me podía esperar cinco minutos y caminé tranquilo, repasando lo que había anotado en mi libreta. Con las ideas frescas me ubiqué en el asiento que se me había asignado y dije lo tenía que decir del poemario de Eduardo. 
En líneas generales, su poemario es una confirmación de la evolución de su talento. Lección de las aves tiene lo que busco en poesía: quiebre emocional y verdad. La voz que ha encontrado Eduardo es una voz rota que refleja una sensibilidad que se nutre de la nostalgia crítica. Quizá pueda sonar exagerado, pero Eduardo es una estimulante confirmación que me permite pensar en que no todo está perdido en la poesía peruana que se viene escribiendo en estos últimos años. Esto es lo que me gusta de estas cosas: presentar poemarios genuinos en donde sí es posible encontrar una verdad. 
Tampoco puedo pasar por alto las palabras de Eduardo, quien no quiere estancarse en un género literario. Vale. Esa es la actitud.

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