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Me sorprende el día de sol y me demoro
en tomar el duchazo mañanero porque mi perro ha escondido mis sandalias. Mi
cuñada me advirtió de la hiperactividad de este pequinés, y pese a estar
preparado, me quedé chico en mis pronósticos. Me di por vencido, si seguía
buscando la guarida de calzado que ha construido el cachorrito, iba a demorar
en abrir el stand de la librería en la PUCP.
Salí con algo de apuro y pese a usar
algo ligero, sentí la punzada del calor, hecho que hizo que recordara mi vía
crucis del último verano, seguramente el peor en años. Tomo un taxi a la
universidad y en vez de seguir leyendo Paisaje
sudafricano de Coetzee, me pongo a pensar en la posibilidad de no hacer
nada en el verano. Para ello, debo ahorrar, ser más inteligente en mis gastos
y, de esta manera, poder pasar esos meses en algún departamentito de Chaclacayo
y sentirme seguro y productivo bajo el amparo del frío.
Esta es una idea que he venido barajando
desde hace mucho tiempo y creo que ya es momento de llevarla a la práctica, a
la verdad en esencia, abandonando los meros e ideales deseos personales, es
decir, no quedarse en la enunciación. Para mí, esto no es poca cosa, tengo un
serio problema con el calor, con lo inclemente que pueden llegar a ser los
rayos solares, con las secuelas que dejan en mí
y por lo que me cuesta salir de esas secuelas. Más de uno no me cree
cuando les hablo de esto, tienen que verlo para saber que es cierto, tal y como
ocurrió hace unos días con una pareja de enamorados, pareja amiga mía, que fue
testigo de un súbito sangrado nasal.
La paranoia se apoderaba de mí. Hace
unos días leí que en el verano tendríamos una temperatura de 35 grados, como
mínimo. Quizá esta paranoia se refuerza con la sensación térmica que hay dentro
del taxi. Debía calmarme un poco, respirar y hacer que las cosas vuelvan a su
cauce natural, como estar pensando en lo que debo estar pensando, haciendo lo
que debo estar haciendo. Mi cajetilla estaba vacía y opté por pedirle al
taxista su periódico que tenía enrollado al lado del cambio. Me pongo a leer
como leo los periódicos: de atrás hacia adelante. En estos instantes hace falta
desgracia ajena, que ubique en su exacto nivel la ridiculez de la mía.
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