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Empiezo la semana con algunas sorpresas.
La primera, “Hombre sabio” sale de vacaciones y voy a tener que hacerme de ese
local de Selecta, porque el de siempre, aún no lo instalamos luego de las dos
agotadoras ferias seguidas que hemos tenido. En mi idea estaba que salía de
vacaciones a fines de este mes.
Me encuentro con “Hombre sabio” para que
me enseñe los trucos de la puerta corrediza. Y le pregunto qué piensa hacer en
sus vacaciones. Su respuesta es contundente: irá a Máncora a visitar a sus
amantes. Lo felicito por su viaje. Vamos a extrañar a “Hombre sabio”. Mi deseo
es que la pase bien y que regrese con las pilas y la disposición más recargadas.
Una vez instalado en la librería, me
pongo a acomodar mi espacio de trabajo. Mientras hago unos mínimos acomodos,
pienso en la agitada noche que he tenido, porque ayer en la mañana falleció mi
tío Elías.
Pensé en él en la mañana, aunque también
anoche cuando con mi padre nos dirigíamos al velorio. Le decía a mi padre que
la única figura de abuelito que tenía era precisamente la de mi tío Elías,
puesto que jamás conocí a mis abuelitos, ni por el lado de mamá ni de papá.
Solo a mis abuelitas.
De los 2 a 5 años viví en la casa de mi
tío Elías. Y puedo decir de él dos cosas: era un hombre bueno y generoso. Esa
bonhomía mi padre y yo la comprobamos anoche, cuando varios taxistas de la
urbanización 12 de Octubre, nos hablaron del tío Elías ni bien les dábamos las
señas de la dirección, señas que no teníamos del todo claras puesto que no
íbamos al barrio en más de treinta años.
En el trayecto a la casa del tío Elías,
pasamos por los lugares de mi niñez, de esa niñez que aún permanece en mi
mente. El colegio inicial, los parques y las pistas en donde solía jugar con mi
trompo. Aunque lo que más recuerdo de esa etapa en la casa de mi tío Elías fue
esa tarde en que me senté en el borde del techo, desde donde tiré a la pista 80
ladrillos de construcción. Uno por uno, imagino que en el lapso de dos horas.
Desde niño, ahora lo sé, tenía apego por la destrucción. Seguramente esa tarde
me encontraba aburrido y me llamaron la atención esas rocas de rojo pálido
colocadas en la azotea. Cogí una y la tiré a la pista. Me gustó el ruido de la
destrucción, como también la forma en que se desvanecía en la pista. Cuando
terminé de destruir el ladrillo 80, apareció mi tío Elías, que venía caminando,
fumando su cigarrito. Pude ver su cara de molestia. Entró a la casa, subió
donde me encontraba y me miró por tres interminables segundos. Luego me dijo
que lo acompañara y fuimos a comprar salchipapas para la familia.
Un hombre bueno, pues.
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