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Anoche cerré algo tarde la librería.
Debía coordinar los arreglos de electricidad que una vez por año debo mandar hacer
en ella. Mientras esperaba a los técnicos, me puse a leer las noticias, la
mayoría en la red. No hay que ser un dechado en virtudes mentales para llegar a
la conclusión de que este país ya ha tocado fondo, y lo ha tocado en todos los
sentidos, como si solo nos quedara esperar a que esta pareja presidencial se
vaya.
Entre las notas que leí, un llamado de
unidad de los dinosaurios de la izquierda peruana. Leo lo que proponen y busco
sus declaraciones en Youtube, siguiendo pues una vieja cábala que me permite
encontrar lazos entre las ideas y el tono en que se dicen. No hay duda: los
dinosaurios siguen pensando igual. Me dan pena porque no se dan cuenta de que
ni siquiera la nueva fuerza de la izquierda, conformada por miles de jóvenes,
no les hace caso, porque saben de la poca viabilidad de sus propuestas y del
oportunismo que signa su aparición. Muchos de estos dinosaurios han postulado al
congreso, más de una vez, y no han accedido a una curul, sin contar con que
postulaban con el favor de sus partidos (buenos números de preferencia: 2, 4,
5), la ayuda de la prensa y buen dinero para la propaganda electoral.
Una vez conocí a uno de estos dinosaurios
en un inevitable almuerzo. Como no me voy fijando en quién es quién en las
reuniones sociales, solo al final supe su nombre, cuando ya pasado de copas y
en pleno esplendor de despotismo, maltrataba verbalmente a uno de los mozos. Hasta
ese momento, solo lo veía como una calavera que acosaba a las flacas de la
reunión. ¿Cuál fue el pecado del mozo para recibir tamaña humillación? Pues
decirle que ya no había más trago. Este hecho hizo que este intelectual y
hombre comprometido de nuestra izquierda se comportara como el derechista
ultramontano que llevaba dentro.
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