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Llego a casa luego de un día muy
intenso. Me siento por fin casi libre de las obligaciones. El mayor reto lo
cumplimos hoy, que tuvimos que mudar de locación nuestro almacén. Más de 300 cajas
y estanterías a un espacio muchísimo más amplio e iluminado, que será el nuevo
centro de operaciones de nuestra distribuidora. No lo hubiéramos logrado sin la
ayuda de “El héroe de guerra” Luchito y Hugo. Mis aplausos para ellos por
tamaña labor.
Mientras supervisaba la instalación,
recibía algunas llamadas y mensajes de texto. Como no he estado conectado en
estos días, me veía en la obligación de responderlos, uno por uno, explicando
la razón de mi libertad y limpieza de la dependencia del mundo virtual.
Dependencia que supe a cuenta de las personas que me preguntaban si algo me
había pasado. No ha pasado nada, respondía. Pero ante todo, lo que me gustaba
más, era que me pedían algunos títulos por leer, y eso, lo admito, es algo que
me hace sentir bien. Lo que me reconcilia con la vida es poder recomendar
lecturas, películas y música. Hice lo que pude con estas peticiones, robando
concentración a la supervisión.
Tenía hambre, pero no me animaba a
comer. No me iba a sentir bien hasta que Luchito y Hugo no acabaran. Esta actitud,
como la veo, tiene que ver más con el respeto que con una especie de causa común.
Esto es lo que me enseñaron en casa y de lo que recién sé de su valor ahora que
me toca dirigir. Por ello, no los apuré, dejándoles todo el tiempo, sin
presiones ni quejas, para que encontraran su ritmo.
Una vez terminada la faena, les pague y
pude ir a comer, quebrando en menos de dos días, la dieta que pensaba seguir de
ahora en adelante. Me dirigí a un restaurante que ofrecía una variedad de
carnes a la parrilla. Cuando vi la carta me animé por un churrasco con papas
fritas y le pedí al mozo una porción más de papas. El plato me quedó chico y
pedí otro más, con lo que recién pude saciar mi hambre.
Tomé un taxi de regreso a casa. En el
trayecto me puse a leer La filosofía de
la Generación Beat de Kerouac, que venía tasando desde hacía unas semanas y
que esta noche por fin me animo a leer. El prólogo de Robert Creeley funciona
como una buena invitación a sumergirme en estas páginas. Como todo lo que
escribió Creeley, hay algo más que sapiencia en lo que dice, es patente ver una
pasión, una furia, pasión y furia que debería justificar nuestros actos, así se
gane o fracase.
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