domingo, septiembre 27, 2015

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Llego a casa luego de un día muy intenso. Me siento por fin casi libre de las obligaciones. El mayor reto lo cumplimos hoy, que tuvimos que mudar de locación nuestro almacén. Más de 300 cajas y estanterías a un espacio muchísimo más amplio e iluminado, que será el nuevo centro de operaciones de nuestra distribuidora. No lo hubiéramos logrado sin la ayuda de “El héroe de guerra” Luchito y Hugo. Mis aplausos para ellos por tamaña labor. 
Mientras supervisaba la instalación, recibía algunas llamadas y mensajes de texto. Como no he estado conectado en estos días, me veía en la obligación de responderlos, uno por uno, explicando la razón de mi libertad y limpieza de la dependencia del mundo virtual. Dependencia que supe a cuenta de las personas que me preguntaban si algo me había pasado. No ha pasado nada, respondía. Pero ante todo, lo que me gustaba más, era que me pedían algunos títulos por leer, y eso, lo admito, es algo que me hace sentir bien. Lo que me reconcilia con la vida es poder recomendar lecturas, películas y música. Hice lo que pude con estas peticiones, robando concentración a la supervisión. 
Tenía hambre, pero no me animaba a comer. No me iba a sentir bien hasta que Luchito y Hugo no acabaran. Esta actitud, como la veo, tiene que ver más con el respeto que con una especie de causa común. Esto es lo que me enseñaron en casa y de lo que recién sé de su valor ahora que me toca dirigir. Por ello, no los apuré, dejándoles todo el tiempo, sin presiones ni quejas, para que encontraran su ritmo. 
Una vez terminada la faena, les pague y pude ir a comer, quebrando en menos de dos días, la dieta que pensaba seguir de ahora en adelante. Me dirigí a un restaurante que ofrecía una variedad de carnes a la parrilla. Cuando vi la carta me animé por un churrasco con papas fritas y le pedí al mozo una porción más de papas. El plato me quedó chico y pedí otro más, con lo que recién pude saciar mi hambre. 
Tomé un taxi de regreso a casa. En el trayecto me puse a leer La filosofía de la Generación Beat de Kerouac, que venía tasando desde hacía unas semanas y que esta noche por fin me animo a leer. El prólogo de Robert Creeley funciona como una buena invitación a sumergirme en estas páginas. Como todo lo que escribió Creeley, hay algo más que sapiencia en lo que dice, es patente ver una pasión, una furia, pasión y furia que debería justificar nuestros actos, así se gane o fracase.

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