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Anoche tuve problemas con la puerta
corrediza de la librería. Hace no más de tres meses, cuando Juan se hizo cargo
de Selecta mientras nos encontrábamos en una feria del libro en Arequipa, tuvo también
un problema parecido, sencillamente, la puerta no corría, no bajaba como tenía
que ser. Aquella vez logró salirse del problema después de casi tres horas de
estar martilleando los lados de la puerta que se salían de los rieles.
Se supone que me iría temprano, debía
descansar y levantarme para hacer algunos asuntos en casa, como mover la
lavadora del lugar que solía ocupar. Pero me quedé más tiempo del debido
conversando con algunos patas sobre la situación de Quilca. Al irme, quizá algo
confiado, jalé hacia abajo la puerta y esta se atascó. Hice una fuerza
adicional y los ligeros movimientos de la puerta se esfumaron. La puerta no se
movía, hasta podía colgarme de sus bordes. Pensé en qué hacer y para estas
cosas llamo a “Hombre sabio”, que iba rumbo su casa y quien me dijo que en
cinco minutos llegaba a la librería para ayudarme. “Hombre sabio” llegó a la
media hora y se puso manos a la obra, aunque antes se colocó sus infaltables
guantes. Con un martillo golpeaba despacio los lados mientras yo jalaba la
puerta para el lado derecho.
Pensé que íbamos a tardar mucho tiempo,
pero la operación no duró más de cinco minutos. No niego que me preocupé porque
llegué a barajar la posibilidad de que “Hombre sabio” se quede a dormir en la
librería si es que la puerta no cerraba, con mayor razón puesto que el día siguiente
era feriado. “Hombre sabió” se retiró y me quedé un rato más ordenando algunos
anaqueles, en especial los de poesía internacional, en donde encontré joyitas
detrás de las primeras filas de lomos, joyitas que imagino debe haber también
detrás de las primeras hileras de lomos de una librería o una biblioteca
personal. Debía irme, pero me quedé leyendo hasta tarde algunas cosas de Char y
Ashbery.
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