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Ni bien me levanto, reviso una película
alemana y escucho una canción que tenía guardada en el mail. Después aprovecho
en ponerme al día en algunas cuestiones de actualidad política, la literaria no
me interesa tanto porque sé de qué va.
También abro un archivo que estuve
trabajando ayer, un texto que airea los dos que iba trabajando y que de a pocos
se me están yendo de las manos, aunque para bien. La razón es muy simple: me
han salido más largos de los que pensaba en principio. Eso me ocurre cuando no
medito mis temas y solo me aboco a las generalidades, convirtiéndome en un
abanico de posibilidades temáticas y expresivas, en un desorden que como tal me
resulta grato, pero ese placer no se ajusta a la idea original, lo cual deviene
en trance. Para darles un respiro y, de paso a mí también, me puse a escribir
otro que del que sabía qué es lo había que decir. Si las cosas me salen bien,
lo redondeo hoy mismo y lo envío para su publicación.
Cerca de las ocho de la mañana, me sirvo
café con leche, más dos panes con queso. Me dirijo a la sala y saludo a
Silvestre y a mi perro. Ya es un hecho, ahora pueden vivir en paz, se reconocen
los olores y los sonidos de sus maullidos y ladridos. Me siento en el sillón y
me pongo a revisar algunos reportes de ventas de algunas editoriales. No me
pregunten cómo llegan estos reportes, sencillamente, llegan a mis manos. Por
ejemplo: anoche salí a fumar y encontré en la puerta un sobre que decía
Confidencial. Mientras leo los reportes, los leo muy al paso para ser más sincero,
pienso en las mentiras de más de uno, en lo que dicen para la platea virtual, creyendo
en el falso éxito y no aceptando que el reconocimiento de los lectores les son
ajenos.
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