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Lo bueno de estas fechas, en las que la imagen morada da vueltas por el centro, es precisamente ver la fiesta que se
arma en las calles del Centro Histórico. Esa fiesta de música y olores
culinarios es lo que desde niño ha llamado mi atención. En lugar de hacer mi
camino regular, me aboco a recorrer estas calles con toda la lentitud posible,
en esa lentitud encuentro el disfrute de una noche que se antoja larga y por
momentos peligrosa.
A medida que se acerca la imagen, los
feligreses dejan de lado su paganismo y son durante no más de media hora se
convierten en otras personas, aunque sea en menos mierdas de lo que son en
realidad. Me gusta pues ser testigo de ese cambio. Entre las personas, ubico a
más de un conocido, no les paso la voz, cosa que así no quiebro la gracia del
acto, de lo que veré y de lo que sin duda hará que me ría durante algunos
minutos.
Obviamente, respeto la tradición. Pero
ello no impide que no les vea su lado gracioso a los feligreses que se
arrepienten ante la llegada del símbolo del catolicismo en estas tierras. Para
tales fines, me compro una Pepsi (me he vuelto fanático de esta gaseosa) y
prendo un cigarrillo. En el pequeño parque de Torrico con Wilson hay una banca
vacía y aligero el paso para sentarme. El olor a las chanfainitas y anticuchos
fungen de escotadas tentaciones.
Hace tiempo que no como chanfainita y me
animo por una. Pero me da flojera pararme y deseo que pase algún conocido para
hacerle el encargo de que me traiga una. Lo bueno de parar por el centro es
eso: te encuentras con amigas y patas, dispuestos a hacerte algunos encargos,
no gratis, porque siempre pago lo mío, y con mucha voluntad porque si les pido
que me traigan algo es debido a que yo, por alguna razón, no lo puedo hacer.
Ahora, el motivo es mayor, porque no debo hacer ciertos movimientos bruscos y
de esta manera cuidarme la espalda, al menos dejar que el dolor empiece a
desaparecer por sí solo. Aún no voy al médico, antes de eso, prefiero agotar
todas las posibilidades, encontrar el instante del descanso.
Como ningún conocido pasa, me veo en la obligación
de ponerme de pie e ir por un platito de chanfainita. El trayecto se me hace
pesado, también será así el retorno a casa. Tendré que caminar muchas cuadras
para tomar un taxi.
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