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Llego a la librería algo agitado. La
mañana me ha ganado, algunas actividades inevitables me han tenido más que
ocupado, pero lo bueno es que estas actividades estaban relacionadas con la
escritura. Uno de los ensayos que vengo escribiendo me ha salido más largo de
lo que esperaba y eso me tiene contento porque no he sentido titubeo conceptual
alguno al escribirlo.
Mientras le ponía el punto final a este
borrador, escuchaba una compilación personal de los MC5. Después de tiempo que
no escuchaba a la banda y en comparación a muchas otras que suelo escuchar, no
dejo de sentir la furia y asombro que sentí la primera vez que la escuché. En
bandas como MC5 yace la esencia de aquello que llamamos el golpe del rock, esa
suerte de revolución interna y externa que nos seduce con la idea de querer
cambiar en algo el mundo, al menos en una vía revolucionaria que nos haga
desahuevarlo. Esta percepción se afianza más cuando ves los diarios y notas y
quedas con la certeza de que las cosas no están nada bien, no por la dificultad
del contexto, en este caso peruano, sino por ese alejamiento, no involuntario,
de lo que conocemos como criterio.
Ejemplo de lo que digo lo vi anoche,
cuando regresaba a casa y presencié, en los segundos que cruzaba la Plaza San
Martín, un mitin del partido de gobierno. Cuando llegué, Nadine terminaba de
hablar. Cuando le dio el pase al presidente, aligeré más el paso, porque
sospechaba que el presidente no solo sería el demagogo de siempre, sino también
el más iluso de los mandamases, pero esa ilusión, inocencia si quieres
llamarla, descansaba en que esta se encontraba teñida de estupidez, más sus
buenas dosis de ignorancia y mentira.
Claro, la portátil aplaudía. Portátil a
la que, seguramente, se le pagó el pasaje más unas gaseosas, imagino, que no
pasaba más allá de dos millares de personas, que en perspectiva de la plaza es
nada. En la pantalla gigante el rostro de Humala, confundido y bañado en sudor,
pensando en por qué los demás miles de limeños seguían caminando, haciendo su
vida más allá de su presencia, que en otro contexto, al menos llamaría la
atención. Pero ni eso.
No niego que por un momento barajé la
posibilidad de quedarme un toque y memorizar situaciones para una nota, pero me
dije que no valía la pena. Y me alegro que haya sido, que haya seguido mi
camino.
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