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Ayer sábado fue un buen día muy bueno en
todo sentido. A eso de las seis de la tarde me puse a ver una película que no
veía en mucho tiempo, Shivers de
Cronenberg, la misma en la que he estado pensando en estos días en los que he
sido invadido por sueños por demás extraños, los cuales, acepto, me generan una
especie de temor. Quizá sea muy supersticioso, pero sí creo en la fuerza de los
sueños, en su halo profético.
Cerca de las tres de la tarde, recibo la
visita de un par de estudiantes de la Universidad de Lima, que me preguntan por
Operación masacre de Walsh. Han
venido buscando ese libro por todo Lima y en parte puedo entender que no lo
hayan encontrado, porque está agotado. En su momento tuve varios ejemplares de
este libro, los cuales vendía a los lectores que sí me garantizaban un interés
por leerlo, o sea, ni daba cuenta de ellos por el solo hecho que me preguntaban.
Percibí interés en ambas estudiantes e hice todo lo que pude para sugerirles
una librería donde lo puedan comprar. De paso, aproveché en conversar un toque
con ellas y sí, mostraron un interés genuino por lo que cuenta Walsh en su
famoso libro. Le dije que en las próximas horas les tendría novedades y se
fueron, imagino que esperanzadas en que pueda hacer algo.
Minutos después me puse a ver Shivers. Los audífonos ayudaron mucho.
La vi sin interrupciones, además, la película es corta y al terminar de verla
no pude sino sentir temor por la relación más que evidente que podía notar en
mis sueños y la película. Con esa resonancia profética terminé el día, muy
confundido, además, cerré la librería tarde porque me quedé escuchando música y
terminando de leer dos novelas cortas, una de ellas inédita, de un amigo que
lleva esperando muchas semanas por mi opinión.
Salí de la librería. Me dirigía a la
Plaza San Martín, en el trayecto, y no exagero, vi más de mil personas en la
calle Quilca, en lo que vendría a ser una auténtica fiesta callejera, con
alcohol, cigarros y hierba; una señora que vende anticuchos fuera del Bar Don
Lucho rayaba en ventas y el referido bar exhibía un lleno de sedientos de
chela. Entré un toque para saludar a unos patas que no veía en tiempo, de paso,
se me antojó un pan con jamón del país. No se podía hablar bien, el ambiente
era de alegría. Pude ver también a las dos chicas que me preguntaron por Walsh
en la tarde, acompañadas por unos patas que imagino eran sus flacos. Este
detalle hizo que me fijara en el bar, poblado de gente no habitual al mismo, al
menos en un 70 %. Entre los que vi, varios músicos de bandas rockeras asociadas
al circuito barranquino. Estaban felices, bebiendo y riendo, sintiéndose
malditos ante las constantes presencias de las luces de las camionetas del
serenazgo. Horas después, seguramente dirían que estuvieron en un bar de
Quilca, en pleno Centro Histórico.
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