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Mientras preparo la reseña de un libro
de cuentos que me ha gustado, escucho The
White Album de The Beatles, un álbum con ese toque de silenciar los días,
convirtiéndolo en esferas herméticas que protegen a uno de la estupidez
colectiva con la que inevitablemente debo lidiar.
La música, aparte de mi dependencia
fisiológica de ella, me ayuda a hacer mi trabajo, sin ella, no creo que
avanzaría mucho, al menos la sensación sería otra, inclinado más a la
desatención. Cerca de las tres de la tarde, cierro la librería y me dirijo al
Queirolo por un jamón del país y una cerveza. No solo he estado escribiendo las
reseñas, también acondicionando la librería a mi total gusto personal porque
ahora estaré solo en ella. Es como volver a poner en orden a lo que ya te
habías acostumbrado, aunque ese orden no requiera de mucha alteración, también haré
una pequeña sección que cumpla con mi pequeña dosis de música, música que hará
que olvide que existen emisoras de radio.
Al llegar al Queirolo, busco una mesa en
el Salón Hora Zero. Felizmente, me encuentro con poca gente, la misma que
almuerza platos a la carta, lentos y felices, deglutiendo los tallarines
verdes, saboreando la lasagna y el escabeche de pollo. Ante ese espectáculo,
barajo la idea de pedir exactamente lo mismo, pero recuerdo también que debo
controlar mis ganas de comer. Desde hace varias semanas siento muchas ganas de
comer, a toda hora y lugar, detalle que me ha llevado a tener problemas,
contados, de respiración. Llamo a uno de los mozos y pido el jamón del país y una
Cusqueña. Prendo el celular y me encuentro con varios mensajes, entre ellos el
de Mr. Chela, El caminante y El maldito de Ñaña. El maldito de Ñaña tiene
problemas con los textos de contratapa de su libro. Me manda los textos, los
cuales están bien en cuestiones idiomáticas, pero a esos textos les falta
fuerza, son como ríos sin rocas, y son rocas las que necesitan esos textos de
contratapa. No pienso mucho en la sugerencia, el aperitivo será de lo más
fugaz, aunque claro, no soy como José
Carlos, que se acaba cualquier sánguche en dos bocados, yo lo acabaré en cuatro
con la ayuda de la chela. Entonces le digo al Maldito de Ñaña lo mejor que
puedo decirle para estos casos, “los textos de contratapa deben escribirse como
si se estuviera bebiendo, como si estuvieran tirando”. Eso, señores.
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