no todo lo que brilla en narrativa es lo que dice ser
Semanas atrás recibí en la librería la visita
de Rayita, un joven lector muy atento a la narrativa peruana actual. Cada vez
que hablamos me comenta entusiasmado lo que viene leyendo. Por lo general, se
devora todas las novedades. Y no me hace caso cuando le digo que también
debería leer a autores de otras tradiciones. Rayita es terco: la narrativa
peruana última y punto.
Esa vez Rayita traía consigo una lista
de libros peruanos que no había leído, el título más añejo era del 2010. Conocía
todos los libros que había apuntado, más de uno me parecía interesante y, en su
momento, un par de ellos fueron reseñados por mí. A este paso, Rayita se
convertirá en un conocedor exhaustivo de la narrativa peruana publicada a
partir del 2010. Le pregunté al respecto y su respuesta me dejó asombrado,
puesto que su propósito inmediato era ese. Para lograrlo, quiere cumplir el
objetivo de leerse todos los títulos peruanos publicados en el periodo de su
interés. Ante esta actitud, por demás romántica, me animé ayudarlo, sugiriéndole
algunos autores que no veía en su lista. Cogí un lapicero y empecé a numerar
los títulos en orden de prioridades. Rayita miraba embelesado la numeración, el
ubicado en el puesto 5 iba al segundo, el del 8 al tercero, el del 10 al
decimoctavo. Terminado el orden de prioridades, le comenté que su lista era
cumplidora, democrática, pero que a esta (lo mismo noté en las otras ocasiones que
venía con sus listas) le faltaban algunos nombres. Pero no me refiero a nombres
de los que podamos decir que son tapaditos. Pensé en dos nombres, que ni bien
los mencioné, Rayita los apuntó al toque, presionando la punta del lapicero en
la hoja, como si estuviera apuñalando a alguien.
No eran narradores desconocidos, más
bien ambos han recibido distinciones importantes en el ámbito local (uno ganó
el Copé de Cuento 2012 y el otro el Copé de Ensayo 2014), además, las reseñas
de sus libros han sido no menos que positivas. Sin embargo, por alguna extraña
razón, seguramente debido a esa ciencia oculta que impide que los buenos
narradores sean valorados más allá de los premios y las reseñas positivas, aún
no ingresan como merecen en el imaginario del lector interesado en narrativa peruana
actual. Hasta he pensado que prefieren mantener ese perfil bajo, lo cual se
respeta, no todos tienen vocación de figurones ni están carcomidos por la
necesidad de atención.
Los ojos de Rayita se achinaron cuando
empecé a hablarle de las cualidades narrativas de Richard Parra y Christ
Gutiérrez-Rodríguez. El primero publicó hace un tiempo, vía Borrador Editores, Contemplación del abismo. Esta
publicación generó comentarios que iban desde su irregularidad a su
contundencia. En lo personal, me resultó irregular. Sin embargo, meses atrás
publicó por medio de la editorial española Demipage La pasión de Enrique Lynch y Necrofucker,
dos novelas cortas que nos muestran a un Parra más que elevado, muy dueño de sí
mismo y con las suficientes armas para ser considerado un narrador de primera
fila en la narrativa latinoamericana actual. Hablamos pues de un paso
agigantado, de un golazo de media cancha al reanudarse el complementario.
Muchas de estas páginas aturden al lector, ya sea por el estilo cortante y premunido
de una poesía oscura. Parra es de los que prefieren contar una historia golpeando
y es posible detectar en su poética la influencia de un grande como McCarthy. En
el nivel sensorial de la experiencia de la lectura, uno siente el amargo sabor
de la tierra y las punzadas de los nervios tras una noche en la que has estado
a nada de perder tu vida. A eso nos lleva Parra.
De Gutiérrez-Rodríguez he escrito más de
una vez. No debe ser una novedad que hable de él, pero lo vuelvo a hacer a
razón de la publicación de Animal de Invierno Las siete bestias, el cuentario más logrado de la narrativa peruana
contemporánea. Lo que no deja llamar mi atención es la lengua de acero musical
que emplea el autor. Si un gran valor destaca en esta publicación, ese es
precisamente el estilo, un estilo que podemos ubicar en un híbrido generado por
los respiros estilísticos de Lezama Lima y Burroughs, que enriquecen el largo
aliento de estas cinco novelitas disfrazadas de cuentos, que garantizan al
lector de turno una epifanía tras un interminable viaje por los bajos fondos
del Callao y Lima, bajos fondos en los que descansan, aún sin explotar, los
temas que van a salvar a la narrativa peruana actual de la estrecha mirada
temática en la que ha caído.
Bien podríamos llamar a Parra y
Gutiérrez-Rodríguez narradores de la violencia. Ese es pues el tema que
comparten en común. No una violencia como la política (aunque algo de ella hay
en esta última entrega de Parra), tan manoseada y que más de un narrador no
admite su desgaste, sino una violencia que yace en las taras de nuestra
historia, también una que se alimenta de la cotidianidad, esa violencia que
bien respiramos en las calles, en nuestras relaciones humanas y en la intimidad
del hogar.
Rayita guarda silencio con lo que le
digo. A pesar de considerarse un conocedor responsable de la narrativa peruana
actual, es la primera vez que ha escuchado de Parra y Gutiérrez-Rodríguez. En
ciertas ocasiones Rayita se pone gracioso y me pregunta si existen estos dos
narradores. Lo miro y no le respondo. Más bien, le comento que debe estar más
atento, que no todo lo que brilla en materia narrativa es lo que dice ser, ante
ello es menester desarrollar el olfato lector y no hacer caso al reseñismo
descriptivo que juega en pared con el relacionismo de las redes sociales. Rayita
escucha atento y al cabo de unos segundos es presa de una posesión, un demonio
ha entrado en su cuerpo, la demencia se apodera de él. “Menos Face, más Book”, repite
una y otra vez, una y otra vez.
…
Publicado en LPG
1 Comentarios:
60 soles el libro de Parra en librerías. Un abuso.
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