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Ayer estuve durmiendo todo el día. De
cuando en cuando me despertaba, me preparaba un café, comía una manzana y avanzaba
en la lectura de un libro de Carrére, autor que cada día me gusta más.
Cumplidas estas actividades fugaces, volvía al sobre.
Cerca de las ocho de la noche, me alisto
para salir un toque. Un libro me espera en Miraflores, un libro que he separado
durante algunas semanas. Más o menos el truco es el mismo, no es la gran cosa.
Solo hay que saber hacerlo y sin mucho aspaviento. Simplemente, ubicas el libro
y lo fondeas en su mismo anaquel. Eso hice con un texto de Schwob, que buscaba
y dejaba de buscar a lo largo del tiempo.
Mi pata Abelardo me había advertido de
un título de Schwob que vio en una librería. Así es que fui a la librería en
cuestión. Es un título que no ha sido reeditado, tenía el dinero para
comprarlo, pero preferí llevármelo después. Sin embargo, tomaría precauciones.
Difícil que ese libro llame la atención
del lector común, pero nunca falta uno que ubique ese texto y se lo lleve. Así
es que fondeé el ejemplar entre cosas de Allende y Esquivel. Así es, Schwob
entre Allende, Esquivel y Cielo Latini.
Me alisté y salí rumbo a la librería
miraflorina. La pesadez y el cansancio los sentía en cada parte de mi cuerpo.
Por un momento sentí que había sido un error haber salido, fácilmente podía ir
el domingo, como máximo, no así el lunes, porque se casa mi hermano. Llegué a
la librería y compré el libro. Con las mismas regresé a casa.
Eso fue lo que debí hacer con muchos
libros que me interesaban y que no pude comprar por distintos motivos. Como ese
ejemplar de El ladrón de orquídeas que
vi en Camaná y que no llevé por considerar que nadie iba a interesarse en él.
Me equivoqué cuando me animé, luego de dos meses y medio, en los que lo veía en
el mismo anaquel, pues Orlean ya no estaba.
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