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En la mañana estuve en El Virrey de Lima.
Había buen ambiente, música, patas/personajillos curiosos y bellas flacas
ávidas de buenas lecturas. Antes, cuando no existía esa estúpida ley que prohíbe
fumar en lugares públicos, disfrutaba mucho fumar en est librería, entre libros
y conversando con Erika, Fernando y Mariano.
Recorría los anaqueles de la librería y
observaba el piano e imaginaba a una mujer salvaje bailando sobre él. No niego
que tuve ganas de fumar. Saqué un Pall Mall rojo y me coloqué debajo de las
hélices. Me dispuse a fumar aprovechando las labores en las que José Luis y
Carola estaban inmersos. Fumaba mientras revisaba la sección de poesía peruana,
me fijé en los títulos publicados este año. Presté atención al poemario en el
que se habla de mí. Lo leí íntegramente, por séptima vez.
Después salí un toque a buscar un café.
Llevo días sin mi termo de café. No sé en dónde lo he dejado y tampoco me
interesa recuperarlo. Al menos no en estos días. Las calles del centro se me
presentaban de otra manera, sentía una sensación distinta. Las he extrañando en
estos días que estuve lejos de mi circuito habitual. Extrañaba el desorden del
centro de Lima, del colorido de su gente, sus costumbres que perturban, esos
rostros que en cuestión de segundos pasan del odio a la tranquilidad del placer
ventral, al menos, y siendo lo más cerrado posible, es lo que me suscitan las
mujeres acostumbradas a pasar por el centro; también los patas, de rostros
apurados y al rato felices.
Regresé a la librería. Ayudé a una
señora y su hija a encontrar un par de novelas peruanas, ambas escritas por
mujeres. No hablé mucho con ellas, pero supe que estaban de visita en Lima. Por
el tono de su voz, alargado y chicloso, supuse que vivían en Miami o New York.
En fin, sus inquietudes eran muy puntuales.
Cuando me retiraba mi casa recibo la
llamada de “Hombre sabio”. Me dice que acababa de llegar Alberto, un trajinado
cazador de libros, hincha acérrimo del Melgar. “Hombre sabio” me pone a
Alberto. Alberto me dice que ha traído quesos, chocolates y galletas arequipeños.
No lo pienso mucho, le digo que me espere en el local de Selecta del Boulevard.
No pensaba ir a Quilca. Han sido casi veintitantos días fuera y lo cierto es
que no me animo a saludar a medio mundo, pero los quesos, galletas y chocolates
arequipeños valían soplarse todo protocolo.
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