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A las 11 de la mañana me despierto sin
la natural pesadez del sueño. Salgo al parque a estirarme un poco y al rato me
meto a la ducha. A las 12 me siento listo para comenzar un día lleno de
ajetreos y actividades, algunas placenteras y otras que inevitablemente tienes
que cumplir. Comienzo por las inevitables, que en cuestión de tiempo no va a
demandarme más de media hora y prefiero hacerlas con todos los sentidos frescos.
Felizmente, acabo lo que tenía que
acabar en el tiempo que pensaba.
Me sirvo café y reviso los diarios.
En la última encuesta electoral, aparece
Guzmán en segundo lugar de la intención de voto.
A diferencia de otras etapas
electorales, esta no la he seguido con interés. El desinterés no ha tenido que
ver en esto, sino una buena dosis de obviedad en el discurso de los candidatos
a la presidencia, que percibo sinuosos, poco claros y carentes de elementales
cuotas de verdad y buena intención.
Pero algunos amigos me sugirieron que le
preste atención a la candidatura de Barnechea. De Barnechea he escuchado
comentarios de todo tipo, ninguno de ellos pone en tela de juicio su capacidad
intelectual y su evidente nivel cultural. Por allí, creo, que no va el problema
con el candidato del PPC.
El problema, ahora que lo analizo
desapasionadamente, es su nula conexión con las masas populares. No tiene la
identificación con el peruano de a pie.
No es suficiente con haber recorrido el
Perú para sentirse conectado con la realidad nacional. Conozco a muchos
intelectuales y artistas peruanos que han recorrido este país, se sienten
comprometidos, con ganas de cambiar el estado de las cosas, mas su compromiso
es percibido desde una distancia por el poblador, que siente las palabras del
iluminado y educado hombre de bien como una promesa bienintencionada pero
falsa, promesa que es asumida como una pastillita de autoayuda.
No es solo el caso del tío Barnechea,
también ocurre con Mendoza. En realidad, esto es algo con lo que debe cargar
esa clase letrada y educada a los que les viene uno que otro chispazo de vocación
de servicio. A veces liga para ganar una elección, pero la verdadera
personalidad del privilegiado de la vida sale a flote ni bien toma el poder. A
saber, Villarán.
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