lunes, febrero 08, 2016

la cuchara de Martín Adán

Me la venían recomendando, pero no tenía el tiempo necesario, y eso que estoy a pocas cuadras de la Casa de la Literatura Peruana. 
Por fin, ayer domingo 7 tuve el tiempo para ir, pero no niego que lo hice con apuro, puesto que era el último día de la exposición Todo, menos morir. Soledad y genio de Martín Adán. 
Para los que aún no lo saben, este blogger siente una debilidad por la poesía de Adán, lo mismo por su pensamiento literario que plasmó en De lo Barroco en el Perú. 
Claro, se impone el Adán poeta. En cuanto a mí, la tengo muy clara, a saber, este es el orden de mis cinco poetas peruanos favoritos, a los que siempre vuelo, a los que ponen en orden no solo mi mundo interior, sino también mi percepción de la poesía peruana; en orden de jerarquía impresionista: Adán, Vallejo, Eguren, Westphalen e Hinostroza. 
Obvio, más de uno acaba de alarmarse porque he nombrado a Hinostroza. No me hago problemas: a Hinostroza prefiero leerlo antes que hacerme su causa, como sí lo hacen otros poetas, entre tíos y chibolos. 
Pero no me desvío del asunto. 
Hablaba de la exposición sobre Adán en la CASLIT. 
Fui a una hora ideal, hora en la que sol comenzaba a despedirse de una puta vez. Creí que sería una de las pocas personas en la exposición, mas no. Estuve en compañía de patas y flacas que salieron del Cordano a eso de las 5 de la tarde, a lo mejor bien sazonados en chelas heladas. 
Tampoco pensaba estar solo, pero no esperaba tener la compañía de más de diez puntas. Lo bueno, en principio, era que estaban en silencio. 
Comencé mi recorrido por los textos pegados en los muros cerca de la sala de exposición. Uno de ellos, llamó mi atención, decía algo o menos así: “En Perú se lee poco a Adán, su leyenda es más fuerte que su obra”. Luego seguí su línea cronológica que hizo que corrigiera algunos datos erróneos que manejaba en cuanto a la publicación de La mano desasida
Una vez en la sala, me quedé buen rato contemplándola. 
Sin recorrerla en detalle, el diseño de la sala le hacía justicia a la figura de uno de nuestros más grandes poetas peruanos del Siglo XX. El paso entre las zonas de exhibición era muy natural, como si la disposición de las mismas hubiese sido planificada al milímetro. No es poca cosa, hasta en las galerías más pintadas de la ciudad, con tal de exhibir, no se respeta el libre paso del visitante entre los espacios de las salas. 
Pero a diferencia de otras exposiciones, a las que se asiste más en busca de un rótulo cultural, esta sobre Martín Adán sí conectaba con el visitante y el conocedor fetiche. Esta conexión no guardaba ningún secreto, sino una virtud que partía de la elección del buen material textual que sostenía una exhibición que iba de ilustraciones, bibliografía, audiovisuales y fotografía. Por donde posaras la mirada había un texto de Adán, no me importaba si conocías ese texto, lo que valía era que el sustento de la exposición era el verbo del poeta, un verbo escrito, que sostenía también el material de los recortes de prensa que abordaban tanto su leyenda urbana como su muerte. 
A medida que se avanzaba, uno no encontraba nada nuevo, la experiencia era sencillamente un gratísimo reencuentro. Al respecto, en una de las pantallas se podía ver al fisioterapeuta del poeta, que estuvo con él hasta el último momento de su muerte. Sin embargo, no creo que su testimonio sirva de mucho. Si en caso alguna utilidad tuviera lo que dice el fisioterapeuta, la hubiera tenido poco tiempo después de la muerte del poeta. No ahora, que ya nada asombra en el descuido que prodigamos a nuestros artistas y creadores de valía. 
En algunas mesas se podían ver algunos adminículos de uso diario del poeta, como su máquina de escribir y sus lentes, pero llamó poderosamente mi atención su cuchara, una cuchara de cobre que el tiempo ha malgastado, mucho más grande que las cucharas que vemos hoy en día, una cuchara de hospital y que quizá haya sido el elemento que más acompañó a Adán en sus últimos años. 
Sin duda, hablamos de un objeto fetiche, y no es para menos, Adán se ha convertido en una marca, que por un lado veo positivo tratándose también de un poeta de versos herméticos pero a la vez mágicos, pero también negativo porque nos alejamos de su poesía, prefiriendo su leyenda. Un sinsentido, sí. Pero este tipo de contradicción sobre la recepción de imagen y obra que tenemos de un artista, solo es exclusivo de los grandes, de los verdaderos, a quienes admiramos y de quienes no dejamos de aprender, tal y como ocurrió ayer a todos los que fuimos al último día de esta perdurable exposición.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Sabias que Kloaka ,movimiento poético ochentero calificó a ADan de pajero.

1:36 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

no me sorprende
también he escuchado esa leyenda
como también en que Martín Adán llamó "pezuña brava" a uno de los integrantes de kloaka

5:57 p.m.  

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