senderismo de cantina
Despierto y siento la mente despejada. Y
me alegra que esté así, libre de contaminación, sin duda, a causa de la
caminata de ayer viernes. Suelo caminar mucho, pero lo de ayer hizo que
superara lo que he recorrido últimamente.
Obviamente, no podía acabar el periplo
sin dejar de asistir a las calles del Centro Histórico, que las veo igual, pero
sin la vida de antes, ¿o es que mi percepción ha cambiado en cuestión de
semanas? Saludé a algunos vendedores de libros y me puse a buscar revistas. Para mi buena suerte, encontré las que me interesaban y no pude
llevarme algo distinto de lo que tenía planeado en principio. A veces, ocurre: cuando lo que ves
no te llama la atención, simplemente pasas.
Al rato, entré al Don Lucho, suerte de
mítico bar que mantiene su esencia pese a la inevitable presencia de pedófilos
y lameculos de pedófilos. Como no había mucha gente, me ubiqué en una mesa y pedí una
Coca Cola. Algo simple porque no pensaba quedarme hasta tarde, solo saciar en
algo mi adicción por esta bebida. Aunque casi me quedo, ya que vi a una amiga
que en su momento fue mi amiga y que ahora, y no sé por qué, no lo es. Para despejar esa duda y alejarme del pesar, decidí revisar mis
cuentas virtuales para ver qué ha pasado en mis horas de desconexión.
Sé que tengo lectores, pero no sabía que
tenía fans. Según una amiga, esto es otro nivel: “tienes trolls”. Es verdad, y
no pienso ir más allá de su existencia, porque sé quién es mi último troll, un
escritor con cierto talento que nunca ha conseguido el lugar que según él
merece tener en la narrativa contemporánea en castellano. Así es, lo suyo no
solo se aboca a esta provincia en donde los escritores se pelean por mendrugos
y sobras de reconocimiento. Lo comprendo, porque lo conozco. Pese a su condenable actitud, aún
mantengo esperanzas de que cambie, porque no lo hace por mala persona, sino por
necesidad de atención.
A la mitad de la Coca Cola, un contacto
de Facebook coloca en su muro un video de Abimael Guzmán. En él, el cabecilla
de Sendero Luminoso niega su participación en el atentado de Tarata. Observo la
postura, la arrogancia y la matonería del viejo. Pienso en sus defensores,
porque aún los hay, que se manifiestan como senderistas de cantina una vez que
el alcohol toma posesión de sus cuerpos y mentes. Puedo entender a los
senderistas de cantina que rozan la base cinco, tan soñadores y poco leídos,
pero qué pensar del senderista chibolo, de aquel que aún no llega a los treinta
y cree que la atrocidad de Sendero se cartografía en una llamada Guerra Civil.
Algo, pues, ha pasado en la formación del senderista chibolo, mucho Dragon Ball,
harta chela y pocas lecturas.
He conocido a muchos senderistas de
cantina, que niegan ser tales en la lucidez, aunque les cuesta no manifestarlo.
Si en caso lo hicieran, se pondría en
entredicho el discurso ideológico, condimentado con superioridad moral, que
han edificado. Ese es mi Perú.
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