subestimar
Mientras termino las últimas etapas del
libro que venimos editando, veo recién cómo van las redes, esas capas de realidad
paralela en contraposición a la que participamos todos los días.
Más allá de alguna que otra queja a
razón del tráfico, no he sido testigo de condenas por la visita del Papa. Por
el contrario, son muy pocas las ocasiones en las que he visto a muchísima gente
feliz, cuya alegría, vamos a aceptarlo, resultó contagiante. Caso contrario en
las redes, en donde la condena ha estado a la orden del día, la mayoría obediente
de la indignación estratégica.
Como el apuro identifica a las redes, no
se han hecho esperar los comentarios vejatorios hacia mujeres y hombres que
profesan la religión católica. La falsa superioridad moral e intelectual de
nuestros censores de las buenas costumbres puede llegar a ejercer un efecto
contrario a lo que se busca toda vez que hablamos de democracia o se critica el
sistema.
Somos tan superiores que creemos que el
mundo es como lo pensamos y que tiene que ser tal y como lo enunciamos. Si algo
ha dejado la visita de esta autoridad eclesiástica, sea con sus bemoles e inadmisibles
silencios, es que hay una población a la que no hay que subestimar por no
pensar como uno. Podríamos decir lo mismo cuando nos referimos a los
simpatizantes del fujimorismo. Estamos hablando de un fervor que no entiende de
razones, ni de doctrina ideológica.
La dimensión emocional en la que yace y
refuerza la simpatía política en este país puede generar más de un sinsabor. Se
ha perdido muchísimo tiempo en agendas ideológicas y en reclamos nacidos en
burbujas, años en los que el fujimorismo fue una pasión contenida a la espera
de manifestarse.
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