domingo, mayo 20, 2007

Contempt

Imposible olvidarme de esas jornadas de cuatro horas en oscuridad que experimentaba en la antigua sala de la Filmoteca de Lima, cuando esta estaba en el Museo de Arte. Fue en una de esas proyecciones que conocí a Jean Luc Godard, literalmente fue un soberano combazo en la frente, y estos se sienten más cuando tienes solo 18 años. La película que vi, la que exigió todas mis fuerzas mentales y hormonales, fue nada más y nada menos que Bande a part. Jamás olvidaré la escena en la que Sami Frey, Anna Karina y Claude Brasseur bailan al ritmo de una canción emitida de una rockolla, toda una manifestación coral del más sucio y lúdico inconsciente, en testimonio visual del talento de su director para adentrarnos en el “yo pienso así” de sus tres protagonistas. Aquella vez salí de la sala con un Hamilton colgado de los labios (en esa época aún no fumaba Marlboro) para encontrarme con el legendario gordo Padilla, un librero muy amigo de los pirañitas de la Wilson, dispuesto a venderme a ocho soles La crucifixión rosada (Nexus, Plexus, Sexus) de Henry Miller.

No pasó mucho para quedar obnubilado con Vivir su vida, Pierrot el loco, Una mujer es una mujer, La gran escapada, Week-End y algunas películas de cuando Godard formó parte del grupo Dziga Vertov, de claro espíritu político que jamás me cuadró, pero todo se le perdona a los grandes. Y por supuesto, también llegué a ver esa suerte de documental personal JLG/JLG en la que este director deja por sentado su pasión por toda la obra de Malraux, la cual ocupaba un par de largos anaqueles de su nutrida biblioteca.

Bueno, hace unas semanas me reencontré con Godard en uno de mis peregrinajes a Polvos Azules, claro, en el Pasaje 18, donde están las películas de verdad. Mientras veía el catálogo en el stand de mi pata César, y como suelo ser muy distraído con todo, recibí una agradable reprimenda suya.

- ¿Qué pasó, G?
- ¿Qué cosa?
- Acabas de pasarte un Godard.
- Ah, xuxa. Ocurre que estoy buscando Interiores de Woody Allen. Un amigo me acaba de sacar de dudas con esa pela.
- Ya, pero te pasaste un Godard. Retrocede las páginas del catálogo. Allí actúa Brigitte Bardot. Una ricura.
- Nunca he sido soy muy entusiasta con la Bardot, pero de hecho me la llevaré.

Pasaron unas noches antes de colocar Contempt en el DVD. Indudablemente merece verse, no solo por la presencia de la Bardot, sino porque, muy a lo Godard, en Contempt tenemos una relectura basada en La Odisea, en donde la infidelidad es enfocada en la mujer, en este caso, en la protagonista Bardot, quien da vida a una aburridísima Camille, esposa de Paul (Michel Piccoli), un escritor de guiones de suspenso que a razón de una muy buena paga tiene que enriquecer el guión de un conocido director llamado Fritz Lang (así es, el mismo Fritz actúa en esta película), y juntos tienen que lidiar con Jeremy Prokosch (Jack Palance), un energúmeno productor que contra y viento y marea hace pesar sus decisiones apelando al criterio comercial. Lang, muy pasivo, trata que Jeremy entre en razón, que el público también puede apreciar y valorar películas complejas, le dice Lang.

Como la relación entre Paul y Camille pasa por un mal momento, es Jeremy quien aprovecha el bajón para seducir a la esposa de Paul. Y ella, no queriendo pero queriendo, le entra al juego del flirteo, y entre ambos empieza un romance que yace en la fascinación, carnal en el lado de Jeremy, y vivencial por el de Camille. Pero Contempt no solo se suscribe a los vaivenes de una pareja en crisis, con ella, Godard se manda una crítica tremenda a las producciones norteamericanas, teniendo, en algo, eso sí, un lazo con La noche americana de Truffaut (filmada diez años después, la cual le valió un Oscar a Mejor Película Extranjera) –tengamos en cuenta que en esos años estos dos grandes directores aún no se peleaban-.

La inquietud de Paul se despliega en una serie de reflexiones que lo hunden en una depresión muy bien asolapada puesto que siente que su condición de artista es ultrajada por el mero hecho de escribir guiones a pedido, y con mayor razón cuando estos son encargados por un productor de mente estólida; y como si con él no fuera el asunto, Fritz Lang anda muy metido en lo suyo, o sea, dirige nomás, mostrando en no pocas escenas sonrisas socarronas que solo una persona como Jeremy puede ver como cumplidos.

Lógicamente, no hablaré del desenlace, solo digo que este es absurdamente godariano, condimentado con la desgracia y la esperanza. ¿Y qué tal la Bardot? Allí, bien, estuvo a la altura.

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