Y mi nombre dijo ella es Orlando
Para los seguidores de Virginia Woolf y en especial de su famosa novela ORLANDO, inspirada en la persona de Vita Sackville-West (en la imagen), esta nota de Hernán D. Caro A en Arcadia.
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En el quinto capítulo de Orlando, la exquisita y demencial biografía apócrifa de un individuo que durante siglos vive como hombre para terminar convertido en mujer, tiene lugar la siguiente escena entre Orlando y su peculiar esposo, Marmaduke Bonthrop Shelmerdine: después de discurrir sobre Dios y el mundo, Shel le pregunta con genuino asombro a su mujer: “¿Estás segura de que no eres un hombre?”, y la narración añade: “Le parecía una revelación que una mujer pudiera ser tan tolerante y franca como un hombre…”.
Hace pocas semanas fueron subastadas por la casa Sotheby’s en Londres, por la nada indigna suma de 25.000 libras esterlinas, 150 cartas manuscritas de la poeta, novelista y célebre jardinera Vita Sackville-West dirigidas entre 1941 y 1960 a la escritora Margaret Howard. La correspondencia ofrece detalles sobre el círculo de amistades de la aristocrática Sackville-West y sobre el Bloomsbury Group (el más importante colectivo de intelectuales y artistas ingleses de la primera mitad del siglo XX, al que estaban vinculados nombres cardinales como G.E. Moore, Virginia y Leonard Woolf, John Keynes, E.M. Forster, T.S. Eliot, Bertrand Russell y Aldous Huxley, y que destacaba por sus actitudes liberales frente al feminismo, el pacifismo y las llamadas “costumbres sexuales”). Esta subasta no tiene, por supuesto, la menor importancia. Y sin embargo, en el mundo de las letras, la venta de las cartas, así como la esperanza de su pronta publicación, no han querido pasar del todo desapercibidas. Los motivos son varios, pero hay uno en especial y de talante literario que involucra la biografía fantástica escrita por Virginia Woolf hace justo ochenta años: es que Vita Sackville-West no solo fue una célebre jardinera; también, en cierto modo, es Orlando.
Victoria Sackville-West (1892-1962), durante los años veinte y treinta una escritora mucho más respetada y establecida que la propia Virginia Woolf, fue una de las personalidades más polémicas del ambiente artístico inglés de las primeras décadas del siglo pasado. Casada con el plácido diplomático Harold Nicolson (que no es otro que el campechano y femenino “Shel” de Woolf) y madre de dos hijos, sabía bien escandalizar a la almidonada sociedad inglesa de su tiempo. Pocos años después de su matrimonio, escapó con la también escritora (también casada) Violet Trefusis durante varios meses a París. Y en 1925 inició un intenso affaire con Virginia Woolf; el romance duraría solo algunos meses, pero su amistad y mutua admiración habrían de perdurar hasta el suicidio de Virginia en 1941. El inventario de esta amistad (es decir, de este amor) puede hallarse en el hermoso volumen: The Letters of Vita Sackville-West to Virginia Woolf (1985).
En su diario, Virginia Woolf alaba la capacidad de Vita de “ser, en pocas palabras, lo que nunca he sido: una verdadera mujer”. Y es precisamente a esta “verdadera mujer” a quien la escritora dedicó el Orlando, esa especie de retrato del artista como transexual que, en opinión de Jorge Luis Borges, traductor del Orlando, es la novela “más intensa de Virginia Woolf y una de las más singulares y desesperantes de nuestra época”.
Quien hojea la “biografía” encuentra aquí y allá fotos de Orlando que son, de hecho, fotos de Vita; quien lo lee se tropieza continuamente con detalles de la trama que reflejan detalles importantes de su biografía real: su temprana aventura con Violet Trefusis, su abuela española, sus viajes al Oriente, su travestismo, sus éxitos literarios, sus luchas legales por intentar, a pesar de ser mujer, heredar las propiedades de sus ancestros, su excéntrico, anormal, radiante matrimonio con Nicolson… Si hemos de seguirle el juego a la candorosa hablilla de que tras todo gran hombre hay una gran mujer, en lo que concierne al Orlando, la gran mujer tras Virginia Woolf fue Vita. Con razón, entonces, la novela ha sido descrita (por nada menos que el hijo de Vita) como “la más extensa y encantadora carta de amor en la historia de la literatura”.
Aparte del Orlando, varios libros dan razón del carácter particular de Vita Sackville-West: sus propias obras literarias (la mayoría de ellas existen en español), las ya nombradas cartas con Virginia Woolf, la biografía Vita (1983) de Victoria Glendinning y el maravilloso Retrato de un matrimonio (1973), donde Nigel Nicolson cuenta la historia de la relación de sus padres, cuyo matrimonio sobrevivió, a pesar de sus (mutuas) continuas aventuras homosexuales (o acaso gracias a ellas), feliz y risueño hasta el final de sus vidas.
Sackville-West, que para Virginia Woolf podía ser tan tolerante y franca como un hombre (dejemos de lado la cuestión metafísica de si acaso un hombre puede ser tolerante y franco), es eso y mucho más en las cartas. Es una mujer en todo sentido atractiva, guapa, aguda, insolente y sencillamente simpática. Sobre sus hijos escribe Vita a Margaret Howard: “Soy lo menos maternal que existe; amo a mis hijos porque los dos son personas agradables, no porque sean mis hijos”. Sin una pizca de ingenuidad, sobre Virginia y su hermana: “No puedo entender por qué dices que son frías, si ambas, o bien han llevado vidas familiares felices, o bien han tenido aventuras amorosas catastróficas”. Y muchos años después de la muerte de la escritora: “A veces me haces sentir abatida al pensar en Virginia; tu admiración por su genio, tu entusiasmo después de haberla descubierto. Sin duda, leerla por primera vez es un momento histórico en la vida de cualquier persona”.
The Guardian titula su noticia de la subasta: “Cartas proyectan nueva luz sobre romance ?lésbico”. Este título inepto calla lo más importante: que proyectan nueva luz sobre una mujer insólita, quien, oh blasfemia, termina siendo mucho más interesante que la propia Virginia Woolf. En tiempos en que el feminismo a veces parece querer ser la cansada negación de lo femenino, Vita Sackville-West es, como mínimo, un buen redescubrimiento.
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