El voto "exigente y crítico" de Mario Vargas Llosa
Revisando después de siglos mi cuenta electrónica de Hotmail, encontré no pocos envíos de Paul Laurent. ¿Quién es?, se preguntará algún lector. Pues bien, Laurent es un reconocido ensayista de corte liberal y es director de la revista Ácrata.
Su último envío era un artículo firmado por Ubertino de Casale. Lo leí y en parte estoy de acuerdo con lo que se consigna. Da, pues, para la discusión.
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Mario Vargas Llosa es el peruano en vida que más admiro. Es nuestro Tolstoi, nuestro Victor Hugo, nuestro Borges. Mario, lo sabemos todos, es un escritor comprometido, en todo el sentido de la palabra. El liberalismo que él defiende es el liberalismo que los peruanos conocimos, y que a mí, particularmente, me alejó del facilismo intelectual socialista. Incluso puedo recordar el momento y el texto que produjo mi adhesión a la causa de la libertad (su demoledor prólogo de 1992 contra el socialismo en El desafío neoliberal editado por Barry B. Levine[1]).
Fue tal vez gracias a él que conocí a Popper, a Mises, a Hayek, a Berlin, a Mill, a Hume, entre otros. Mario es un liberal un poco conservador —que me aparta mucho de él—, pero algo que todos reconocemos es su terca defensa, coherente y consecuente, de las libertades públicas.
Por eso me apena y desconcierta su posición actual en esta segunda vuelta electoral que se avecina. En el artículo que acaba de publicar en El País[2] ahonda más en las razones por las que no votaría por Keiko Fujimori, las cuales son totalmente atendibles y justificables. Muchos coincidimos casi totalmente en esas críticas.
Pero tan insuperable descalificación sería fácilmente aceptada por cualquier votante sensato si la otra opción fuera —aunque sea mínimamente— superior a la anterior en la defensa de la democracia y de las libertades públicas. Pero estamos, en este momento, desgraciadamente ante un peligro mayor. Como si no tuviéramos gran cosa que perder, nos invita a votar por Humala y arriesgar infantilmente nuestra democracia, nuestras libertades públicas y nuestro todavía incipiente desarrollo económico, entregándole el poder a un sujeto que ha demostrado en estos últimos diez años –no en estas dos últimas semanas– que no tiene ningún respeto por estas instituciones.
Con una candidez irreflexivamente generosa, Mario implora a Humala dar “pruebas fehacientes de su identificación con la democracia y con una política económica de mercado”. ¿Pero cuándo ha dado, aunque sea aproximadamente, esas señales? Nunca. Humala ha puesto por escrito que quiere una nueva Constitución (en la misma senda de Chávez, Evo y Correa) para perpetuarse. El modelo económico que él defiende es estatista a más no poder.
Pero más grave todavía es que crea que Humala está en la senda de “los socialistas chilenos, brasileños, uruguayos y salvadoreños”. Sin ninguna certeza de lo que afirma, sostiene que Humala debe perseverar “en esta dirección que parece haber emprendido”. Pero, por Dios, ¿está hablando de la misma persona?
En los últimos cinco años, la cercanía de Humala a Chávez se ha profundizado más por su dependencia financiera y política del líder venezolano (hay que ver nomás el extendido proselitismo del chavismo entre los líderes humalistas del sur peruano y entre la izquierda local que puntualmente reporta a Caracas). No conocemos de visitas y coordinaciones con los líderes de la Concertación chilena o con los dirigentes del Frente Amplio uruguayo, tan alejados de Chávez. El acercamiento a Lula es del último año (casi coincidiendo con el inicio de la campaña electoral). Pero si fuera sincera esa aproximación a las posturas sensatas de la izquierda sudamericana, su distanciamiento de Chávez, Morales o Correa hubiera sido contundente (y plasmado en su plan de gobierno), y sin embargo hasta ahora se niega a aclarar su posición frente al dictador venezolano, cuyas políticas la mayoría de peruanos rechaza.
En una democracia, el voto es el único medio de defensa de las libertades que tienen los electores. Y en un balotaje, los votos eligen una de solo dos opciones políticas y/o rechazan aquella que más daño haría al conjunto. Aquí no hay lugar al voto “exigente y crítico” que bienintencionadamente –o ilusamente– propone Mario. Es un voto a secas, frío, reflexivo, racional, defensivo. Cuando perdamos nuestra democracia, no todos tendremos la oportunidad, como lo hace el Nobel, de condenar desde afuera al dictador que nuestra propia voluntad colocó en el poder.
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