Contra los muros de Berlín
Hoy lunes 27, en la sección Luces del diario El Comercio, Ricardo González Vigil sobre Berlín, el nuevo poemario de Victoria Guerrero.
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En el panorama de la nueva poesía latinoamericana sobresale Victoria Guerrero Peirano (Lima, 1971), quien ya mostró su energía verbal fuera de lo común en “Cisnes estrangulados” (1996) y “El mar, ese oscuro porvenir” (2002), y alcanzó una formidable maduración creadora en “Ya nadie incendia el mundo” (2005). Maduración ratificada con su reciente “Berlín”.
En un primer nivel, “Berlín” se sitúa efectivamente en la capital alemana. Coloca al inicio la advertencia: “Atención usted está abandonando el sector capitalista”, propia de cuando existía la división entre Berlín occidental y Berlín oriental. En concordancia con esa referencia, el poemario contiene dos partes (“La división de los aliados”, sector capitalista, y “Zona de Ocupación”, con su ‘k’ subversiva y todo). Media entre ambas un intermezzo titulado inequívocamente “El Muro/Die Mauer”.
Sin embargo, Guerrero no se restringe a reconstruir cómo era Berlín antes de la caída del muro. Su designio es otorgarle una dimensión simbólica a esa división salvaguardada por un Muro, y mostrarla actuante en la capital peruana: “En el Perú tenemos nuestra pequeña Muralla / El rezago del esplendor limeño encerrado en los bordes de un mundo inesperado / Una reliquia turística al pie del Rímac (…) Mientras el Muro (el real) / se quiebra frente a los flashes amenazantes de cámaras vigorosas / De él ya no queda nada sino el oprobioso recuerdo del encierro” (p. 48). Mas aun: “Berlín / Soy una extranjera / Pero todo me resulta tan familiar / No puedo perderme Siempre acabo en el Muro” (p. 68).
Esa segunda cita invita a expandir la connotación del muro: ya no solo connota la dualidad limeña (con las divisiones injustas del sistema capitalista, pero también con la imagen virreinal-criollista de la vieja Lima en contraste con el “desborde popular” causado por los emigrantes de “todas las sangres”) y, en una dimensión internacional (con las modificaciones, sin duda, introducidas por la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética); sino a los muros represivos que pretende imponer la moral reinante en la mayoría de las familias peruanas. Se habla por ello de “victoria land” (el país o la ciudad de Victoria Guerrero, con lo que supone de reelaboración ficcional a cargo de su sensibilidad poética, de modo similar a como Faulkner se declara único dueño y propietario del Condado de Yoknapatawpha, hecho a imagen y semejanza del sur profundo de Estados Unidos), territorio del cual el poemario es un “Testimonio de parte” (p. 13). Lo explicita el siguiente pasaje: “Pero así te han criado y hay cosas que no cambian / Y te lanzas otra vez de regreso a la casona oscura de tu infancia / A esos muros que se quiebran de locura y vejez” (p. 54). Nótese que “victoria land” es un territorio portátil que la sigue adonde va, no solo a Berlín, también a Boston, donde residió un período: “La arcadia bostoniana ha quedado atrás (…) Una risa arguediana fluye dentro de mí” (pp. 67-68).
Esa risa arguediana contra la arcadia de Boston o la de Lima del criollismo, o contra la división de Berlín, tiene que ver con el impulso rebelde de su poesía (condena la literatura domesticada por el mercado editorial que se ha impuesto con más descaro luego de la caída del muro berlinés): “Este poema lo escribí para el que todavía sueña / Para el que atraviesa las fronteras feliz e indocumentado / Para todo aquel que se rebela contra los asesinos del mundo” (p.66).
Carecemos de espacio para abordar, de otro lado, las complejas conexiones textuales que “Berlín” entreteje con Vallejo (desde el epígrafe, los versos intercalados de “Y si después de tantas palabras” y otros poemas), Mallarmé (repercute, como un ‘leit motiv’, “Un golpe de dados…”), Juan Ramírez Ruiz, Cesáreo Martínez (sus “razones puras para comprometerse con la huelga”), el citado Arguedas, etc.
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