sábado, junio 25, 2011

Lydia Davis: "Creo que los lectores son felices cuando son muy activos"


No es la primera vez que lo digo. Basta ver las páginas culturales de los medios impresos para darnos cuenta de que sus encargados son unos involuntarios ociosos consagrados al onanismo mental.
Claro, eso sí, hay excepciones (dos columnistas)...
Consigno esto con el más absoluto respeto hacia los periodistas culturales. Además, no es nada nuevo. Todos piensan lo mismo: la prensa cultural en el Perú es una mierda. Así de simple. El asunto es que pocos se atreven, públicamente como tiene que ser, a decirlo. Hay mucho miedo a perder la reseña, la estafeta, la fotito, la entrevista. Es decir, a nadie se le puede escapar la combi de la efímera consagración.
En fin. Ahora quiero hablarles de cosas felices, de las que nutren el alma.
Como se sabe, el diario Perú 21 ofrece todos los jueves el suplemento Público.
Público es un diario español, muy inclinado a los preceptos de izquierda. La edición que prepara para Perú es de corte internacional.
Estamos, pues, ante un muy buen suplemento. Y ni hablar de su sección Cultura, en donde encontramos buenos artículos e interesantes entrevistas.
Desde hace varias semanas tenía las ganas de reproducir alguna nota de esta sección, pero no se pudo.
Pues bien, ahora sí.
En un toque leerán una buena entrevista de Isabel Piquer a la narradora norteamericana Lydia Davis sobre su antología Cuentos completos (Seix Barral).
Davis está considerada una de las maestras del relato corto.
(Además, estuvo casada con el autor de El palacio de la luna.)

...

A Lydia Davis (Northampton, Massachusetts, 1947) no le hacen falta muchas palabras para contar cosas. A veces basta con un par de frases, como en Compañera, una las historias de los Cuentos completos, que publica Seix Barral (en traducción de Justo Navarro). Dice así: "Nos sentamos juntas mi digestión y yo. Leo un libro y ella trabaja con ahínco en el almuerzo que acabé hace un rato".
Sería demasiado aventurado decir que Davis ha inventado un género literario propio, despojado de detalles, pero se encuentra entre los mejores. Sus personajes y los lugares no suelen tener nombre, pero eso no se convierte en un estilo frío. Todo lo contrario: historias, cálidas, llenas de humor e, incluso, ternura, tratan de temas mundanos (sin olvidarse ni siquiera de la escatología) o mucho más cercanos. Algunos han calificado sus escritos de "flash fiction".
Davis, hija del maestro y escritor Robert Gorham Davis y Hope Hale Davis, es también una reconocida traductora al inglés de las obras de Flaubert y Proust, dedicación que compartió con su exmarido Paul Auster. En Nueva York, a mediados de los setenta, los dos sobreviven como pueden con estas labores y Auster comienza a trabajar sobre Pour un tombeau d'Anatole, de Stéphane Mallarmé. Juntos también traducen Vida /Situaciones, de Jean Paul Sartre. La relación entre ambos acaba en 1981, en una relación deteriorada además tras la sequía más grave de Auster, que en ese año se casa con la escritora noruega Siri Hustvedt.
Lydia Davis vive en el norte del estado de Nueva York, cerca de la capital, Albany, donde enseña literatura en la universidad pública.
¿Cómo empezó a traducir libros del francés? Es una ocupación solitaria y la mayor parte del tiempo árida y muy poco reconocida en EEUU.
Me gusta mucho escribir en inglés. Me gusta escribir lo que otra persona ha escrito. La soledad... Me temo que escribir es una actividad solitaria o sea que eso no puede ser un problema. En cuanto al reconocimiento, creo que ahora está mucho más apreciado que antes. Pero EEUU está muy atrasado en el tema de las traducciones, y eso es una pena. En mis clases de ficción siempre digo a mis alumnos que deben traducir a autores extranjeros. Yo llegué al idioma francés, como muchas cosas en la vida, un poco por casualidad. Antes había aprendido alemán. Sólo tenía 7 años y me metieron en una escuela donde la única lengua extranjera era el francés. Tenía un buen profesor.
No es usted una autora convencional. ¿Esta antología de sus relatos, que aparece ahora en castellano, escritos a lo largo de más de 20 años, puede ayudar a entender mejor su trabajo?
Creo que sí. El crítico de la revista The New Yorker, James Wood, dijo [en un celebrado y elogioso artículo de cuatro páginas que publicaron al aparecer esta antología en EEUU, en 2009] que entendió mis relatos de forma muy distinta el día en que los vio todos juntos, porque algunos son cortos, otros muy cortos... a veces es difícil tener una idea global de lo que he querido decir.
¿Le molesta que la califiquen de autora experimental?
Entiendo lo que quieren decir, pero no me gusta la palabra porque implica que el experimento ha fallado. La mayoría de los experimentos no acaban bien, a lo mejor uno de vez en cuando tiene éxito. También me han llamado atrevida o innovadora, esa palabra sí me gusta, porque parece que has hecho algo nuevo. Aunque hay precedentes de lo que hago, quizás no en la tradición estadounidense, sino más europea, estoy pensando en el escritor vienés Peter Altenberg (1859-1919). Escribía historias muy cortas, de una o tres páginas, transformaba experiencias propias, a veces las convertía un poco en ficción. Son historias muy bonitas, divertidas, raras, líricas. He traducido algunas para revistas literarias.
En sus relatos los silencios, todo lo que no cuenta, es tan importante como las palabras. ¿Cómo llega a calcular todo lo que no debe decir?
No es el resultado de un cálculo, es algo más intuitivo, depende de cómo me llegue historia. Mi reflexión gira alrededor de cuánta información es suficiente para una buena historia: lo que sobra y lo que falta, y cómo mantener el equilibrio mientras lo escribo. Pero soy incapaz de pensarlo con antelación, tampoco lo pienso luego ni pulo cosas. El autor debe mantener un equilibrio entre el control que ejerce y la actividad del lector. Leo a autores que ejercen demasiado control, que explican demasiadas cosas. Creo que los lectores son felices cuandohacen mucho, cuando son muy activos.
¿Cómo se consigue que en una sola frase pueda incluirse toda una historia?
Según la sensación de concreción que me transmite cuando la leo. Un sentido físico de que la historia es parte de otra historia. En las conversaciones me gustan las interjecciones, es decir, todo lo que puede llegar a decir un comentario corto sobre la persona que lo dice. La escritura siempre intenta ser todo lo más concisa que puede, incluso Marcel Proust decía que era muy conciso. Escribía páginas y páginas, pero no escribía más de lo que debía.
Sus historias también alargan el tiempo y sus personajes parecen congelados en un momento preciso de su vida
Algunos lectores me han dicho que siguen pensando en las historias más cortas, las que tienen una línea o dos, después de haberlas leído. De alguna manera crean sus propias historias que van más allá de lo que he escrito.
Sus personajes viven en una constante derrota su cotidianidad, ¿cree que están perdidos?
Quizás, pero sobre todo tienen mucha curiosidad por el mundo. Ellas, porque la mayor parte del tiempo son mujeres, se sienten intrigadas, intentan entender lo que les rodea, sus circunstancias de vida, etc. Están fascinadas por lo que pasa a su alrededor. Yo, por ejemplo, he publicado un pequeño libro sobre las vacas que viven del otro lado de mi casa.
¿Se ha visto tentada de volver a una narración más tradicional?
Sí, desde luego. Una de las historias, El paseo (parte de Variedades de perturbación), obedece justamente a ese impulso, porque me gusta la narración tradicional de las historias cortas.
En alguna ocasión ha explicado que ya está trabajando en una narración muy larga.
Hay un par de proyectos, pero mi próximo libro será, sin duda, de nuevo historias cortas. Pero si me decido a escribir algo largo será Historia, una historia de no ficción. Quiero cruzar la línea hacia otro tipo de narrativa. Tengo dos ideas en mente, una sobre la historia estadounidense antes de la revolución. Y otra es en Francia, en el siglo XIV. Son muy distintas, pero no soy historiadora, es un handicap, así que tendré que hacer mucha investigación.

La autora más breve y adictiva

Cruel

A pesar de que el humor siempre figure de alguna manera, aunque sólo sea para no tomarse demasiado en serio, Lydia Davis construye a partir del conflicto, y en ese terreno la familia es el campo de batalla. En el relato ‘La madre' describe una relación asfixiante entre una madre y su hija. De hecho, la presencia materna, sostenida a lo largo de estos 20 años de trabajo, siempre es inquietante.

Derrota

Los héroes de Lydia Davis son gente de poca monta, son la mayoría. Y el material del que se nutren sus relatos, por tanto, es la inseguridad, los sueños incumplidos y las pérdidas.

Doméstica

"No sabía si había sido él o el perro", es el arranque del cuento ‘Ventosear' al describir la primera cita de una pareja. Davis parte de lo trivial para transformarlo en un recurso para el asombro. Maestra en el retrato de vidas vulgares, vidas singulares.

Moral

En ‘La casa de atrás' presenta el enfrentamiento entre vecinos, la versión del qué dirán en EEUU. Unos no se hablan con otros, pero todos opinan de todos. Violencia y silencio, prejuicios y rumores. "La costumbre provocará que la gente de atrás recobre su raída pulcritud, el cáustico cotilleo de todas las mañanas contra la gente de la casa de delante, la frugalidad en las pequeñas compras, su decencia sin riesgos".

Presente

Directa y sencilla. Su estilo lima la retórica, desmiga la tercera persona y se olvida del recuerdo si no es para perfilar a sus criaturas. Todo en Lydia Davis es presente: "La comida de mi marido en la infancia era la ternera en lata. Lo descubrí ayer cuando vinieron unos amigos y empezamos a hablar de comida".

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