miércoles, junio 08, 2011

La sangrienta transición


En Revista Ñ encuentro una elogiosa reseña de Osvaldo Gallone a la novela ganadora del último Premio Tusquets, Todo está perdonado de Rafael Reig.
He leído varios libros de Reig, dos de ellos me gustaron: Sangre a borbotones y Manual de literatura para caníbales. En algún momento lo entrevisté, pero no he encontrado el link respectivo.

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En el espacio del arte, como, por otra parte, en casi todos los terrenos, las fechas son presuntivas y vacilantes; con todo, se podría pensar que la gran renovación de la narrativa española se comienza a articular a partir de principios de la década del sesenta, en paralelo con (pero también sofocada por) los años dorados de lo que, con desafortunado bautismo, se dio en llamar el boom de la narrativa latinoamericana. Uno de los ejes de ese renacimiento fue Gonzalo Torrente Ballester, que en 1957 publica el primer libro de lo que será la trilogía “Los gozos y las sombras”, titulado El señor llega ; tres novelas que abrevan en lo mejor del realismo de Leopoldo Alas (“Clarín”; La regenta , 1884, sigue siendo la cumbre del realismo español decimonónico) sazonado con una implacable crítica social y una acabada pintura de todos y cada uno de los personajes. Quince años después, Torrente Ballester va a publicar La saga/fuga de J.B.
, una obra maestra en la que confluyen el registro fantástico, el esperpéntico y el especulativo trenzados en una estructura formal que, cuanto menos, habría que calificar de faulkneriana. Es también a principios de los sesenta, más precisamente en 1962, cuando Juan Marsé, galardonado en 2008 con el Premio Cervantes, publica su primera novela, Esta cara de la luna y, cuatro años después, una de sus primeras obras mayores, Ultimas tardes con Teresa , que entroniza a su protagonista –Manolo Reyes, el “Pijoaparte”, descendiente directo de la picaresca– de una vez y para siempre en el habla y la sensibilidad de los catalanes. Tanto Torrente como Marsé dotan a la narrativa española de una fluidez, un rigor estructural y un distanciamiento irónico que serán, a partir de ellos, una marca estilística de fábrica que predomina sobre el arduo experimentalismo trajinado por Camilo José Cela.
La herencia de Marsé y Torrente se percibe, afortunadamente, viva y fecunda en esta novela de Rafael Reig que acaba de ganar el premio Tusquets, Todo está perdonado ; título tan engañoso como irónico puesto que, en el curso de su trama, nada se perdona en la medida en que todo se recuerda.
La trama policial que le sirve de punto de partida a Reig se asienta en el disparatado invento de un dispenser de hostias consagradas que son envenenadas por un grupo subversivo sobre el telón de fondo de la final de la Eurocopa 2008 en la que (¡por fin!) triunfa el seleccionado español. El libro, por cierto, es mucho más que eso: es la crónica novelada de la Transición (cuyo sangriento punto de partida es el atentado a Carrero Blanco), es la historia de los que ganaron la guerra (y perdieron a sus hijos), es la mirada cínica del narrador en primera persona (oscilando entre un franquismo crepuscular y un confuso destape).
Todo está perdonado informa el ingreso tardío de toda una generación en la edad de la razón, punto nodal en el que, como bien confiesa el narrador, “aún éramos jóvenes para disfrutar de la victoria, éramos demasiado viejos para sobrevivir a una derrota...”.
Resulta notable la capacidad de Reig para el cultivo de la parodia (cuyos modelos se abren en un abanico que va desde el tono bíblico hasta el clisé periodístico), y una de las cumbres de la novela, ubicada en el capítulo titulado “Cuartos de final”, es aquel en el que se asimila el cáncer de la abuela de uno de los protagonistas con las alternativas de la Guerra Civil en un impecable ejercicio de anacronía y estilo.
El núcleo argumental de la novela puede ser rastreado en alguna obra como Pastoral americana , uno de los grandes libros de Philip Roth. Sin duda, Todo está perdonado no desmerece en un ápice el precedente.

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