sábado, noviembre 29, 2014

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Un artículo de Paco Bardales, en el último Buensalvaje, llama mi atención. O mejor dicho, la pregunta que se formula al inicio de su artículo es lo que me ha hecho pensar en las últimas horas, sin dejar en segundo plano el acercamiento que lleva a cabo sobre José B. Adolph, lastimosamente, un estupendo narrador peruano subvalorado, a quien deberíamos leer y releer, sin importar lo difícil que pueda ser la empresa de conseguir sus libros. 
Caso curioso el de este escritor. Siempre he tenido la idea de que los buenos escritores tienen uno o dos títulos de entrada, llamémosle puertas de acceso, que despiertan el ánimo del potencial interesado, empero, y espero no equivocarme, Adolph ostenta más de una puerta de acceso, pienso en cuatro o cinco títulos, detalle que no me parece poca cosa, ya que, por lo general, los buenos escritores no pasan de dos, a las justas tres, títulos ineludibles. 
Ahora, la pregunta que se plantea Bardales apunta a la escasa concurrencia de público que presenció hace poco en un coloquio realizado sobre Adolph. 
Esa es pues la pregunta que motiva este breve post. 
Lo mismo que se pregunta Bardales, me lo pregunto yo desde hace un tiempo sobre algunos autores peruanos que han ganado y vienen ganando para bien la legitimidad literaria, pero que por alguna razón no pasan del ojo académico y de la alabanza de ciertos círculos de conocedores. 
Si hoy en día tenemos conocimiento de Adolph, Moro, Ojeda, Gastón Fernández y Eielson, por citar cinco nombres incuestionables, se lo debemos precisamente a la academia y al proselitismo caleta de algunos círculos de lectores. Negar esa realidad, pasarla por alto, sería un acto de absoluta mezquindad. 
Haríamos bien en recordar, en ir a la protohistoria de las informaciones, para darnos cuenta de que hasta hace veinte años no se hablaba de Eielson y Moro como sí ahora. Si hoy en día hablamos y celebramos a estos poetas y artistas de epifanías, se lo debemos íntegramente al proselitismo que tuvo lugar en los salones de la academia, o siendo más justos, a los sujetos actuantes (estudiantes por ese entonces) que salieron de ella. 
Pero lo hecho resulta insuficiente. Y no sorprende que sea insuficiente, porque la República Letrada peruana es parecida a una de las tantas islas perdidas de Oceanía, es decir, pequeña, seguramente rica en potencial, pero insignificante en comparación al universo que pertenece. 
Ojo, no me refiero a que escuchemos de Adolph, Eielson y Moro en los taxis, micros, mercados y cafés, que de suceder, que esos nombres sean parte de la conversa diaria de los hombres y mujeres de a pie, vendría a ser una luz de esperanza para este país en dirección única a la desgracia. No, esa no es la idea. 
Si estamos siendo testigos de la poca asistencia de público a coloquios y actos conmemorativos sobre las voces (algunas canónicas) que más influyen en los lectores y escritores peruanos, es porque algo está pasando, seguramente una especie de exceso de confianza al creerse que la difusión ya está consumada, cuando lo cierto es que todavía no se ha llegado al último rincón de la República Letrada. Lo alarmante de esta caída es que hablamos de voces con una poética diáfana, nada críptica. En la claridad y tersura de sus discursos poéticos y narrativos, en esa mágica transmisión y conexión con el lector, descansan las bases de su no lejano éxito. 
Hablamos pues de poéticas que no solo pueden conquistar en totalidad a la República Letrada, sino también a los suertudos que no pertenecen a ella. Se trata, sin duda, de una tarea ardua, pero que bien vale la pena, porque recuperar el interés perdido nos lleva a cuestionar qué es lo que se hizo mal, en qué se está fallando. A lo mejor, si en algo puedo colaborar en la solución, el problema sea la evidente incoherencia de discursos: la sencillez de la voz y la jerigonza que nos habla de esa voz. 

4 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Tienes razón. Pero, por qué no mencionas de frente el nombre de Elton Honores? Por qué no dices frontalmente que ya deje de invertir demasiado tiempo en tanto evento cojudo que prepara en cantidades industriales cada año, porque, vistas bien las cosas, no están sirviendo de mucho? Por qué no pasar a otras acciones más provechosas literariamente hablando, como crear los mecanismos para hacer que en los colegios lean a Adolph (crees que algún chico de 15 años de Huaycán sepa quién fue ese tío)? En fin, la academia peruana puede seguir mirándose el ombligo cada año con eventos dedicados a Arguedas o Vallejo (autores que SÍ se leen en los colegios); pero intentar hacer creer a cachimbos sanmarquinos ilusos que Adolph o Mejía Valera hace ratazo son canónicos y por ende merecen coloquios o simposios fantásticos (en los que, además, se cobra a los ponentes 100 lucas para disertar ante dos gatos)..., digamos que ya suena como a estafa, no?

Saludos, Gabriel.

Jorge

10:19 a.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

hola Jorge

la verdad es que no pensaba en Honores cuando hacía el post. hablo de la falta de conexión que desde hace un tiempo (no mucho, felizmente) hay entre los autores abordados con el público interesado.

G

10:47 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

El organizador del coloquio sobre Adolph fue ese patín, pues. Ahora, no negarás que lo que digo es tan cierto como que varias veces has intentado abordar ese problema del fantástico peruano en algunos posts, diciendo cosas similares. Saludos, Gabriel.

Jorge

11:18 a.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

hola Jorge
claro, pero la intención del post era otra, no abordar la labor de lo que viene haciendo Honores, labor que me parece de lo más plausible, pero que debería tener otra suerte de logística de difusión, pensar más en cómo hacer que el tema de lo fantástico y la ciencia ficción comience a tener la pegada que debe y merece. Ahora, nunca está demás, pero Honores debería autocriticarse, puesto que un pequeño problema, solucionable, es su evidente pedantería y altanería, que ahuyenta, por decir algo al respecto.
G

12:16 p.m.  

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