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Un artículo de Paco Bardales, en el
último Buensalvaje, llama mi atención. O mejor dicho, la pregunta que se
formula al inicio de su artículo es lo que me ha hecho pensar en las últimas
horas, sin dejar en segundo plano el acercamiento que lleva a cabo sobre José
B. Adolph, lastimosamente, un estupendo narrador peruano subvalorado, a quien
deberíamos leer y releer, sin importar lo difícil que pueda ser la empresa de
conseguir sus libros.
Caso curioso el de este escritor.
Siempre he tenido la idea de que los buenos escritores tienen uno o dos títulos
de entrada, llamémosle puertas de acceso, que despiertan el ánimo del potencial
interesado, empero, y espero no equivocarme, Adolph ostenta más de una puerta
de acceso, pienso en cuatro o cinco títulos, detalle que no me parece poca
cosa, ya que, por lo general, los buenos escritores no pasan de dos, a las
justas tres, títulos ineludibles.
Ahora, la pregunta que se plantea
Bardales apunta a la escasa concurrencia de público que presenció hace poco en
un coloquio realizado sobre Adolph.
Esa es pues la pregunta que motiva este
breve post.
Lo mismo que se pregunta Bardales, me lo
pregunto yo desde hace un tiempo sobre algunos autores peruanos que han ganado
y vienen ganando para bien la legitimidad literaria, pero que por alguna razón
no pasan del ojo académico y de la alabanza de ciertos círculos de conocedores.
Si hoy en día tenemos conocimiento de
Adolph, Moro, Ojeda, Gastón Fernández y Eielson, por citar cinco nombres
incuestionables, se lo debemos precisamente a la academia y al proselitismo
caleta de algunos círculos de lectores. Negar esa realidad, pasarla por alto,
sería un acto de absoluta mezquindad.
Haríamos bien en recordar, en ir a la
protohistoria de las informaciones, para darnos cuenta de que hasta hace veinte
años no se hablaba de Eielson y Moro como sí ahora. Si hoy en día hablamos y
celebramos a estos poetas y artistas de epifanías, se lo debemos íntegramente
al proselitismo que tuvo lugar en los salones de la academia, o siendo más
justos, a los sujetos actuantes (estudiantes por ese entonces) que salieron de
ella.
Pero lo hecho resulta insuficiente. Y no
sorprende que sea insuficiente, porque la República Letrada peruana es parecida
a una de las tantas islas perdidas de Oceanía, es decir, pequeña, seguramente
rica en potencial, pero insignificante en comparación al universo que
pertenece.
Ojo, no me refiero a que escuchemos de
Adolph, Eielson y Moro en los taxis, micros, mercados y cafés, que de suceder,
que esos nombres sean parte de la conversa diaria de los hombres y mujeres de a
pie, vendría a ser una luz de esperanza para este país en dirección única a la
desgracia. No, esa no es la idea.
Si estamos siendo testigos de la poca
asistencia de público a coloquios y actos conmemorativos sobre las voces
(algunas canónicas) que más influyen en los lectores y escritores peruanos, es
porque algo está pasando, seguramente una especie de exceso de confianza al
creerse que la difusión ya está consumada, cuando lo cierto es que todavía no se
ha llegado al último rincón de la República Letrada. Lo alarmante de esta caída
es que hablamos de voces con una poética diáfana, nada críptica. En la claridad
y tersura de sus discursos poéticos y narrativos, en esa mágica transmisión y
conexión con el lector, descansan las bases de su no lejano éxito.
Hablamos pues de poéticas que no solo
pueden conquistar en totalidad a la República Letrada, sino también a los
suertudos que no pertenecen a ella. Se trata, sin duda, de una tarea ardua,
pero que bien vale la pena, porque recuperar el interés perdido nos lleva a
cuestionar qué es lo que se hizo mal, en qué se está fallando. A lo mejor, si en
algo puedo colaborar en la solución, el problema sea la evidente incoherencia
de discursos: la sencillez de la voz y la jerigonza que nos habla de esa voz.
4 Comentarios:
Tienes razón. Pero, por qué no mencionas de frente el nombre de Elton Honores? Por qué no dices frontalmente que ya deje de invertir demasiado tiempo en tanto evento cojudo que prepara en cantidades industriales cada año, porque, vistas bien las cosas, no están sirviendo de mucho? Por qué no pasar a otras acciones más provechosas literariamente hablando, como crear los mecanismos para hacer que en los colegios lean a Adolph (crees que algún chico de 15 años de Huaycán sepa quién fue ese tío)? En fin, la academia peruana puede seguir mirándose el ombligo cada año con eventos dedicados a Arguedas o Vallejo (autores que SÍ se leen en los colegios); pero intentar hacer creer a cachimbos sanmarquinos ilusos que Adolph o Mejía Valera hace ratazo son canónicos y por ende merecen coloquios o simposios fantásticos (en los que, además, se cobra a los ponentes 100 lucas para disertar ante dos gatos)..., digamos que ya suena como a estafa, no?
Saludos, Gabriel.
Jorge
hola Jorge
la verdad es que no pensaba en Honores cuando hacía el post. hablo de la falta de conexión que desde hace un tiempo (no mucho, felizmente) hay entre los autores abordados con el público interesado.
G
El organizador del coloquio sobre Adolph fue ese patín, pues. Ahora, no negarás que lo que digo es tan cierto como que varias veces has intentado abordar ese problema del fantástico peruano en algunos posts, diciendo cosas similares. Saludos, Gabriel.
Jorge
hola Jorge
claro, pero la intención del post era otra, no abordar la labor de lo que viene haciendo Honores, labor que me parece de lo más plausible, pero que debería tener otra suerte de logística de difusión, pensar más en cómo hacer que el tema de lo fantástico y la ciencia ficción comience a tener la pegada que debe y merece. Ahora, nunca está demás, pero Honores debería autocriticarse, puesto que un pequeño problema, solucionable, es su evidente pedantería y altanería, que ahuyenta, por decir algo al respecto.
G
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