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Mientras la mayoría de mis amigos y
conocidos, por no decir todos, se ponían a ver el Perú-Brasil de la Copa
América, yo me puse a ver una película, quizá en honor a esos recuerdos de
infancia cuando Christopher Lee era capaz de suscitarme el miedo suficiente para
hacer de mí un niño de bien en lugar de uno engreído y, por momentos,
insoportable. Al menos, los que hemos crecido a inicios de los ochenta, bien
podemos tener a Drácula como una de los personajes más terroríficos que hayan
podido existir, de esos con los que terminabas soñando y, quizá en juegos con
las niñas del barrio, emulando cuando, según tú, les chupabas la sangre.
Navegaba por los canales de cine del
cable y no encontraba ninguna película que tuviera a Lee como protagonista,
hecho que me pareció por demás extraño, ya que el inglés había fallecido días
atrás. No encontraba nada y por un momento pensé en la posibilidad de hacer lo
mismo que los demás, ver el partido de fútbol que paralizó nuestro domingo.
Pero recordé que sí tenía algunas
películas de Lee interpretando al Conde Drácula y me puse a buscar esas
películas.
Cada vez que me pongo a buscar películas
en DVD siento una suerte de remezón en mi pecho, los latidos de mi corazón se
aceleran y trato de no fumar cuando estoy de caza. La nicotina y la ansiedad me
taladran, hasta podría sufir un pre infarto. Es que eso fue lo que me pasó la
última vez, me puse a buscar algunas películas mientras fumaba, la emoción por
encontrarlas era tal que mi sangre se posesionaba de mi cabeza. Lo mismo me
pasa cuando busco libros y discos. Buscarlos y encontrarlos me remontan a los
precisos momentos cuando los compré, momentos que forjan una relación con
aquellas cosas que me pasaban, con lo que me tocó vivir. No era necesario que
se tratara de una obra maestra. Por eso, las películas y los discos, como
también los libros, los asocio y les confiero de un valor extra a cuenta del
momento en que me hice de ellos.
Las películas de Lee en las que
interpretaba a Drácula me remontaban a los primeros miedos de mi vida. Claro,
con el tiempo dejas de tenerle miedo a Lee y más bien lo admiras, sea por su
garbo y estilo lacónico, o por el solo hecho de chuparle la sangre a bellas
jóvenes vírgenes. Me las compré todas hace no más de tres años. Y, como se
supone, no era nada descabellado ver aunque sea un par de ellas ayer domingo.
Pero no las encontraba, y ese no encuentro reforzaba mi peligrosa ansiedad,
sudaba de emoción, pasando por alto lo peligroso que es para mí caer preso de
la ansiedad, de la que sé lo que hará conmigo cuando sea muy mayor, si es que
llego a los sesenta.
Me senté en el sillón y pensé que no
sería una mala idea formar parte de la frustración dominguera. Total, poco o
nada puedo esperar de esta selección. Y asumí ese destino inmediato. Pero esa
decisión no duró más de cinco minutos porque recordé el carro de carreras a
control remoto que me autoregalé por mi cumpleaños hace un par de años. En esa
caja había colocado casi doscientas películas en DVD. Es pues una caja ubicada
debajo de una estantería. Jalé la estantería y la abrí, encontrando las
películas de Drácula protagonizadas por Lee al lado de las películas de Godard.
(Por eso es que no encontraba las de Godard). Escogí una película al azar, una
menor de las que protagonizó Lee. Abrí el estuche de La sangre de Drácula, quizá la más “floja” de la que interpretó del
vampiro, pero su calidad era lo que menos importaba, ahora volvía a los miedos
ya superados.
1 Comentarios:
yo sé que tú sí te va a atrever a señalar el gran bluff que es la novela de Yrigoyen. En ti sí se confía.
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