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Me levanto algo tarde.
El sol ilumina de naranja toda mi
habitación.
Me dirijo a la cocina y me sirvo un vaso
con agua. Al parecer estamos Onur y yo en la casa. Mis padres me han dejado una
nota, en donde me dicen que han ido a la casa de mi hermano. O sea, yo mismo
seré en casa. De la refrigeradora saco las cosas que almorzaré. No lo pienso
mucho, almorzaré algo rápido. Busco en Youtube la receta de Peter Clemenza, que
nunca me falla, y pese a ser una receta memorizable, me olvido de algunos
detalles de la misma.
Dejo las cosas del almuerzo en la
cocina, listas para cuando vuelva a ellas en un par de horas. Y me aboco a
revisar los mensajes del celular, que prendo, del mismo modo prendo la Laptop,
y vaya que son muchos mensajes. A diferencia de otras ocasiones, de otros
domingos, no hay propaganda basura, ni recordatorios, casi todos son de
personas que ubico. Al lado de la portátil, una edición en Debolsillo de Manual del distraído de Alejandro Rossi,
que vengo releyendo, con pensada y premeditada lentitud. También prendo la
radio, algo que me asombra, porque desde hace semanas que no escucho ninguna
estación radial, ni prendo mi radio, que me ha sido fiel durante años y que
ahora parece más un artefacto de museo. Ese asombro de la radio no es casual, lo
veo como una señal, un aviso, una especie de recuperación de las oportunidades
perdidas. Sintonizo Doble Nueve y me doy con una seguidilla de temas de The
Guess Who.
Onur me acompaña. Más de una persona me
ha expresado la ternura que generan sus ojos. Es cierto, este falso pequinés
destila harta ternura, pero no es más que una estrategia para su objetivo mayor:
destrozar todos mis calzados. Pese a ello, este perrito se ha vuelto un
infatigable amigo que me acompaña en mis caminatas no solo por el barrio, sino
también cuando me invade la sensación de caminar, y los que me conocen saben
bien que soy muy bravo al momento de caminar, y Onur se muestra como un buen
pata, pero como todo ser viviente, también se cansa, y me detengo para que tome
aire, y me detengo también cuando deja su marca canina en las esquinas.
Apago la radio. Acabó el especial de The
Guess Who.
En uno de los mensajes, me pasan el
enlace en Youtube de una canción de Charly García, “Nuevos trapos”. Hace tiempo
que no escucho al argentino y esta vez será motivo. No hay mucho que decir, el
tema tiene está de la putamadre. Lo conocía pero no había descubierto su
epifanía hasta esta tarde. Entonces me dispongo a hacer lo que siempre hago
cuando una canción me gusta, o sea, la escucharé hasta agotarla, hasta el
hartazgo. Solo así me la podré sacar de la mente. Y mientras tanto, abro los
archivos en Word que trabajaré este domingo. Aunque no podré empezar como
quisiera, el comienzo del trabajo será intermitente, porque tendré que preparar
mi almuerzo y la tentación de los partidos de fútbol se presenta desde la
pantalla del televisor apagado.
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