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Anoche, mientras me dirigía a la librería,
en la que se presentaría el poemario Música
para tarántulas de Diego Lino, decidí cortar camino por los suculentos
recovecos de Mesa Redonda. El tráfico estaba hecho una mierda y me bajé del
taxi en Parque Universitario. Tenía tiempo suficiente como para darme una
caminata pausada, viendo y asombrándome cada vez más con el comercio salvaje y
surrealista. He pasado miles de veces por esas calles y nunca dejo de
asombrarme con lo que me cruzo, desde la señora que me ofrece un breviario y el
tío que pretende venderme una caja de condones a 15 soles. Aunque en Paruro sí
me detuve en una tienda para preguntar por el precio de unos parlantes, porque
quiero que mi cuarto retumbe con la música que estuve escuchando el pasado
domingo.
Cuando crucé Abancay, sentí mucha
tranquilidad. Bueno, no todos tienen que caminar a mi ritmo pero hay patas y
flacas que caminan con una lentitud que exaspera, a los que estuve a nada de
pisarlos. Una vez en la empedrada Ucayali, prendí el primer cigarrito después
de cinco horas. Llamé a la librería para saber si ya estaba llegando la gente.
Todo ok, aún había tiempo para la presentación.
Y aproveché en comprar una Cusqueña en lata.
Sin embargo, al llegar al Pasaje Olaya,
ocurre lo inevitable, me topo con Jorgito, que estaba con un grupo de patas.
Estaban sazonados en alcohol. Bueno, desde hace un tiempo lo veo sazonado en
trago, pero cuando me encontraba con él, y al paso, en estado sano, sin los
condimentos de la estupidez alcohólica, Jorgito siempre me mostraba su cariño y
admiración, porque le gustaban mis reseñas, mis textos que leía, ya sea en este
blog u otro medio, siempre en muy buena onda y en afán de compartir sugerencias
de lecturas. Claro, esto ocurría cuando todo estaba en paz, pero últimamente lo
percibo muy asado y violentado conmigo, y hago memoria.
Me pregunto, intentando hallar la razón
de sus arranques conceptuales, gratuitos y que obedecen a los más profundos complejos.
Como no me regodeo en los problemas, sino en el hallazgo de las soluciones, y
aprovechando que tenía tiempo, fácil le podía dedicar 5 minutos y de esa manera
saber por fin a qué se debía esa súbita cólera infantil hacia mí. Entonces le
escuché. Escuché cada una de sus cojudeces, cojudeces que no sintonizan en alguien
que dice haber leído un montón, más que nadie en el universo. Ocurre que ese es
el punto que acompleja a este patita: quien ha leído más que él es un potencial
enemigo, tanto para él y su grupo de subnormales, bautizado por los cafichos de
los tracas de la Colmena como los Stupi Babies. O sea, aparte de risible, me resulta penoso, porque
gracias a esta clase de poserías sobre la lectura, se pierde el gusto, placer y
amor por ella. Los Stupi Babies no entienden la esencia de la lectura, mucho
menos su natural extensión: compartir, sugerir, recomendar y en esa experiencia
discutir.
Jorgito y los Stupi Babies son la cagá. Protagonistas idóneos de una
novela de Mario Poggi. Es que los Stupi Babies no son lectores, solo usan la
lectura para suplir las carencias afectivas y reforzar su odio contra el mundo.
Como buenos se burlan de los nuevos y trajinados poetas. “Puro huevonazo”, dice
el ideólogo de este grupo ante un nuevo poemario, calificación con la que pretende
ocultar una verdad que enfurece a los Stupi Babies: los Stupi Babies escriben
hasta el culo.
O sea, si en verdad lees más allá de lo
que dices leer, si en verdad estás comprometido con la epifanía de la palabra,
al menos debes escribir bien, estimado semillero. Veamos, el ideólogo
de este grupo publicó hace un tiempo un poemario, un poemario que según sus
palabras iba a remecer la tradición poética peruana. Bueno, nadie comentó el
libro, no obtuvo ni una sola reseña. Pero ese no es motivo para bajarle el dedo
a una publicación, menos a un poemario. Por ello, en aquel entonces me lancé en su búsqueda y lo hallé entre la ruma sobre la que dormía “Onetti”, el gato de
mi pata Paciencias, librero de Amazonas. Leí el poemario y puta, putamadre, me
pregunté lo siguiente: ¿en verdad es Jorgito el autor de esta porquería? Y
cuando se lo comenté: “¿viste?, es de la conchadesumadre”, me dijo. Y como
cuando leo un libro, lo pata queda de lado, hice que pisara pelota: “oe,
huevas, qué pasó, este libro es un chiste, esto lo ha escrito Carlos Cacho en
un arranque de seriedad”.
Todavía lo recuerdo.
Jorgito escuchó mis contundentes reparos
e hizo lo que le pedí que hiciera: en la noche le ayudé a cargar dos cajas
gigantes para galletas hasta la estación de bomberos de Belén. En esas cajas
estaban los ejemplares de su poemario. Donamos esos libros a los bomberos, que
necesitan reciclar papel para venderlo y de esa manera tener algo de dinero
para cumplir la noble función que cumplen en nuestra sociedad.
Después de mucho tiempo, Jorgito se
reconcilió con la escritura e intentó escribir una que otra reseña. Y el mismo
detalle: seguía escribiendo hasta el culo. No asimilaba lo que es leer, no
podía leer más allá de las letras impresas.
Es que no sabe leer, no disfruta de la
lectura. Pues bien, en vez de guardar silencio en una esquinada mesa del Don
Lucho a razón de un poemario y textos sueltos escritos con la pezuña, reafirmó
su odio contra el mundo, contra los nuevos y trajinados poetas, contra todo
aquel que lea más que él, ni las cucarachas que escalaban su Margarito se
salvaban de su tirria. Es así que Jorgito se convirtió en lo que jamás quiso
ser: un Stupi Baby Reloaled.
“Mira, huevas. Escribes hasta el culo y
no puedo hacer nada por ello. Esa es tu chamba, no la mía”, le dije anoche.
Y bajando la voz:
“Oe, Gabriel, puta, no me cagues, pe, aquí
los Stupis están escuchando”.
“No te preocupes, no estás solo. Ellos
también escriben hasta el culo, y créeme, los he leído”.
“¿Sí?”
“Ajá”.
“Puta, ¿y qué puedo hacer para no
escribir hasta el culo?”
“Fácil, semillero: tienes que empezar a
leer, a leer porque te gusta, no para sentirte superior a los demás. Claro, la
lectura no te hará mejor persona, pero sí menos idiota, te brindará criterio,
amplitud de mente, y eso, pienso, es lo que necesitas”.
“¿Verdad, no?”
“Ahora, lo que sí puedo hacer es lo
siguiente. Voy a hablar con los dueños de todas las librerías a las que has
robado. Les diré que has cambiado. Pero ojo, eso no quiere decir que te vayan a
emplear otra vez, pero al menos dejarás de ser un apestado. Eso es lo que haré:
“Amnistía para Jorgito”, esa será mi contribución.
“Gracias, Gabriel. Tú eres mi pata,
carajo. Te he estado odiando por las huevas”.
“Solo una duda: ¿los libros que robabas
eran para tu consumo o para rematar por allí? Responde con la verdad, Jorgito”.
Jorgito respiró hondo:
“Los remataba, causa, los remataba”.
“¿Pero los leías?”
“Los remataba, causa, los remataba”.
“Ni siquiera te quedaste con uno para
leerlo? ¿No sabes que fueron tus compañeros de trabajo los que tuvieron que
pagar con su sueldo los libros que te robaste?
“Los remataba, causa, los remataba”,
Prendí otro cigarrito y pensaba, ahora
sí en serio, si este engendro merecía o no una amnistía.
5 Comentarios:
Creo que ya sé quién es ¿uno de lentes y ojos saltones mismo goldfish intelectual de iniciales J.G.?
Este muchacho no aprende, caray.
Stupi babies jajajajajajajjajajjjajjajaja
Ishi Giraldo jajajajajajajajajajajajajajjajajajajjajaj
No cambia este sujeto al que pesqué pelándose tres libros de Paulo Coelho
Migrar de lector a escritor es difícil, yo le tengo miedo a escribir justamente porque he leído buenísimos libros y en cada cosa que escribo veo todo lo malo, comparando y comparando. Lo bueno de tu amigo es que hizo el esfuerzo. Lo malo es que los humos se le subieron demasiado para ver todo lo que hay que seguir aprendiendo. No sé qué es peor, escribir y saber cuando algo es malo, o escribir y no saber cuando algo es malo. Saludos de una lectora peruana.
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