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Han sido días muy ajetreados, pero días
que al final han sumado en lo que venía haciendo, pero lo que me desgastó
fueron un par de perfiles que dos jóvenes periodistas estaban haciendo sobre
mí. Manuel y Lucero, cada quien por su lado, se pusieron en contacto conmigo
hace varios meses y me comentaron que querían escribir sobre mí. Cuando les
pregunté sobre qué, me dijeron que sobre mi vida.
No me hice problemas.
De cuando en cuando me enviaban
preguntas por mail, al principio estas no iban más allá de los datos más
generales cuando se quiere inquirir sobre la vida de alguien. Me llamó la
atención lo distintas que eran sus preguntas entre sí. Por un momento pensé que
sus preguntas podrían exhibir más de un lazo en común, pero no.
Luego desaparecieron y pensé que sus
perfiles ya no iban. Sin embargo, ambos aparecieron de la nada y me enviaron algunas
preguntas que nunca nadie me había hecho. A la mierda, me dije. Sin duda, ya
estaba ingresando a un terreno peligroso, el de la memoria. Lucero y Manuel se
las traían, tenían sus cartas muy bien guardadas bajo la manga. Entonces, dejé
lo que tenía que hacer y los atendí por separado. Pensé que de esta manera me
sería fácil, pero no, acabé hecho mierda, con una sensación de vacío.
En la madrugada, como para reponer
energías, estuve escuchando toda la producción musical de Paul Weller y tomando
las notas respectivas para la conversa que en unas horas tendré con Miluska
Benavides, autora del muy buen cuentario La
caza espiritual, en una edición más de “Encuentros en El Virrey de Lima”.
Cerca de las cuatro de la tarde Onur
entra a mi cuarto y se sienta a mi lado. Prendo el televisor y lo dejo en Fox
Sports. Justo transmiten un clásico pasado del fútbol argentino, quizá uno de
los partidos más emocionantes que haya visto de la Copa Libertadores, la del
2004. Entonces Onur se acomoda en dirección al televisor. Lo sé, a este falso
pekinés le gusta el fútbol.
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