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Luego de un par de días desconectado del
mundo virtual, algo que pienso hacer más seguido, en pos de proteger y cuidar
mi alma y no ser espectador involuntario del mal gusto de los demás; motivos
más que suficientes, ¿no creen?, con mayor razón cuando el mal gusto es la
norma y la idiotez su esencia.
Además, en mi último intento por llevar
una vida ordenada, he decidido prescindir de ciertas drogas sociales que suelo
consumir, nada pues de qué alarmarse, aún estoy lejos de la autodestrucción,
pero igual, son drogas que ayudan en el trabajo pero que contribuyen, a manera
de daño colateral, a que mi sueño no sea normal, y los que bien leen este blog
saben que este servidor tiene serios problemas para dormir, sumamente jodidos
en algunos casos y que se potencian cuando me programan impostergables reuniones
en las mañanas.
Pero bueno, estoy contento por varios
motivos, el más frívolo: ganó Portugal la Eurocopa y me arrepiento de no haber
entrado en las apuestas, pero en las de verdad, esas que te aseguran buen
billetón si es que apuestas antes de que comiencen los partidos del torneo.
Sabía que algo podía hacer esa selección lusa, que en el 2004, con un equipo mucho
mejor que el de ahora, perdió la final del certamen europeo con Grecia. Contento
también porque el domingo bebí bien y comí tallarines a la bolo en su punto,
con harto queso parmesano, y salí a caminar, y no hay nada que me gusta más que
caminar en domingo, quizá por ser el día en que mejor uno puede disfrutar de la
ciudad, una ciudad ajena a sus apuros y ruidos, y eso es lo que me gusta más de
los domingos, recorrerla mientras escuchas buena música siendo testigo de una de
la voz más tierna y, por momentos, más salvaje que hayas escuchado. Es así, no
puede haber domingo sin música, en todos sus sentidos, sin esquivar la
tentación que depara la buena hierba, que hace de cada pisada una incursión
placentera y peligrosa en una geografía blanda, pero extrañamente también
segura.
Entonces me reconecto al mundo virtual.
Previamente, me puse a leer los diarios del fin de semana, e hice algunos
apuntes en mi libreta, de ciertos artículos que han llamado mi atención.
También revisé los sobres manila que han llegado y que no he revisado, sobres
con publicaciones locales y extranjeras. Cojo uno al azar y me llama la
atención la novela de Juan José Cavero, a quien Pedrito Novoa califica de “Faulkner
de la narrativa peruana”… e imaginar que días antes hubo revuelo cuando “Chalina
suicida” llamó a Thorndike “La escritora del mal”; lo que es cierto, y lo puedo
firmar, es que ahora mismo Cavero debe estar brindando como pocos, no solo en
calidad de copista ganador, sino por ser considerado el “Faulkner” peruano. No
me hago problemas, se trata de una festiva exageración, al menos, lo quiero ver
así, pero lo que sí me apena es ver el imprevisto ataque de posería que carcome
en su cuarto de hora a hombres inteligentes, y muy cultos también, a tal
extremo que los lleva a formular tonterías, tal y como lo veo en la cuenta de
Yushimito, con el que puedo estar de acuerdo en que la delegación española que
viene a la FIL no es la gran cosa, pero de allí a bajarle el dedo a toda una
delegación sin tener en cuenta que en ella hay una gran excepción, pero una
grandísima excepción, me hace pensar en lo ligeros que podemos ser con tal de
conseguir el efectismo opinativo.
En fin, no me hago problemas, amo mi
hígado. Por eso, me desconecto del mundo virtual y regreso a las buenas tareas
caseras, como pasear a Onur en esta noche, un paseo que durará más de una hora,
porque nos iremos caminando hasta mi minimarket favorito, ubicado en el cruce
de Arriola y Canadá, a la caza de un tres leches y un capuccino.
Ni bien cojo la correa del falso
pekinés, este se me acerca y comienza a saltar.
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