594
Entonces llega el momento de volver a
ciertas páginas de un libro que por casualidad encuentras, y en esa magia
casual yace también su nueva importancia, porque lo que buscaba era otro
título, pero cómo no te va a llamar la atención esas antiguas ediciones de
Alfaguara, su extraña combinación de plomo y morado.
Su delgadez, entre tanto título de más
de 400 páginas, destacaba. Así que lo saqué del anaquel y lo revisé. Entonces,
recordé cómo fue que llegué a Botho Strauss, a Parejas, transeúntes.
El fragmento elevado a lo que deberíamos
entender como experiencia literaria, ajeno, obviamente, del facilismo
fragmentario del que somos testigos hoy. Fragmento en toda la amplitud de su
indefinición genérica, es decir, textos que sudan riqueza de transmisión. Su
brevedad es engañosa, y con libros como este poco o nada vale el apuro, sino la
paciencia entendida como placer, pero del placer asumido en sus niveles
masoquistas, nerviosos en su cuestionamiento. Solo así lo releeré en los
próximos días.
Cerca de las siete de la noche, me
dirigí al Sarcletti tras el espresso de rigor. Desde hace días venía sintiendo
la tentación de este café, además, había estado, como aún lo estoy, preso de
varios textos que debo cumplir, porque como se entenderá, soy una persona que
trabaja mucho, algo que también tendría que ser emulado por más de un escritor
local que anda hueveando por la vida a la caza de un golpe de suerte. Me
refiero a que se tiene que trabajar más allá del trabajo literario, si es que no se tiene la suerte de vivir de lo que se
escribe. Pienso que así nos evitaríamos más de un berrinche, más de un
engreimiento, exterminando esa plaga del artista metido a sicario.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal