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Anoche, salí decepcionado del cine, de
las barbaridades que se hacen en nombre de la Fuerza. Rogue One estuvo a años luz de lo que podría esperar de una
película de Star Wars. Pero bueno,
tampoco puedo pedir mucho, porque ninguna de las películas posteriores a la
médula de la saga termina por convencerme.
Llegué a casa cerca de la medianoche y
me reconcilié con SW, quizá con mi película
favorita, El imperio contraataca.
Estaba cansado, felizmente sin resaca, y bien pude avanzar la relectura de un
libro de Sontag, pero decidí ver completa la película, de la que ya perdí
noción de cuántas veces la he visto. Pero la vi, y pese a que uno cree saber lo
que ocurrirá, jamás dejan de revelarse detalles, gestos, giros narrativos, que
solo pueden ser apreciados en el silencio, en las horas carentes de prisas.
Y ahora de mañana-tarde, con la ayuda
del infaltable café y un jugo de maracuyá, me dispongo a revisar mi recuento
literario, que se lo he dado a leer a algunos amigos, amigos que se han
mostrado entusiastas con lo leído, pero ese entusiasmo es comprensible, porque
no lo firman ellos. Ese texto será una bomba.
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