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Me quedé hasta tarde viendo una película
de espionaje y también releyendo algunos cuentos de Cortázar. Bueno, eso es lo
que suelo hacer los veranos, la relectura como actividad casi excluyente, lo
que sí no imaginé fue volver a las páginas de este escritor de quien suponía
saberlo absolutamente todo, al menos esa es la sensación que tenemos con los
clásicos. Aunque Cortázar sea un clásico joven, la no frecuencia de sus obras
lo convierte injustamente en un clásico añejo, impresión por demás injusta,
posera, digna de la chibolada lectora de estos de tiempos de velocidades
informativas y análisis al vuelo, porque en los relatos de Cortázar aún
destacan las cuotas de irracionalidad que bien podrían refrescar la cuentística
sin vida, sin riesgos temáticos y formales, de la que somos testigos, no solo
en referencia a la que se escribe en Perú, sino más allá de nuestras hermosas
fronteras. ¿En qué momento se comenzó a envejecer a Cortázar? ¿Acaso hablamos
de una conspiración cultural proveniente desde las entrañas de la rancia
academia de derechas? Preguntas antojadizas porque de desgaste de propuesta no
hablamos.
Como me acosté tarde, me levanté tarde.
Y me pongo a trabajar. Lo hago mientras miro involuntariamente una conferencia
de prensa de Castañeda en Canal N. Entonces decido cambiar de canal, en el
acto, no por cuestiones morales, sino estéticas. Pero la intención se frustra porque
mi madre me llama para que la ayude. Onur acaba de escaparse. Salgo tras el
falso pekinés, que corre vesánicamente por los jardines del parque, buscando a
Pinky y Mota, sus eventuales novias. Como ya tengo experiencia en estas lides
persecutorias, decido no hacer nada, solo llamarlo, para que el perro ubique mi
posición, y me desentiendo del perro, eso: que haga lo que tenga que hacer,
porque se pone más inquieto si es que me lanzo tras su persecución. Y perseguir
a Onur, créanme, puede llegar a ser una experiencia no solo frustrante, sino
también ridícula. Me cobijé en la sombra de un árbol, prendí un pucho, viendo
la desazón del falso pekinés al no encontrar a ninguna de sus dos novias, las
firmes. Por eso, el perro se me acerca, con su lengua que cuelga hacia el lado
derecho y como bueno se posa junto a mí. Entonces lo cargo y regreso a casa con
él. Lleno con agua su tazón y lo seca en menos de 30 segundos.
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