martes, enero 10, 2017

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Me quedé hasta tarde viendo una película de espionaje y también releyendo algunos cuentos de Cortázar. Bueno, eso es lo que suelo hacer los veranos, la relectura como actividad casi excluyente, lo que sí no imaginé fue volver a las páginas de este escritor de quien suponía saberlo absolutamente todo, al menos esa es la sensación que tenemos con los clásicos. Aunque Cortázar sea un clásico joven, la no frecuencia de sus obras lo convierte injustamente en un clásico añejo, impresión por demás injusta, posera, digna de la chibolada lectora de estos de tiempos de velocidades informativas y análisis al vuelo, porque en los relatos de Cortázar aún destacan las cuotas de irracionalidad que bien podrían refrescar la cuentística sin vida, sin riesgos temáticos y formales, de la que somos testigos, no solo en referencia a la que se escribe en Perú, sino más allá de nuestras hermosas fronteras. ¿En qué momento se comenzó a envejecer a Cortázar? ¿Acaso hablamos de una conspiración cultural proveniente desde las entrañas de la rancia academia de derechas? Preguntas antojadizas porque de desgaste de propuesta no hablamos. 
Como me acosté tarde, me levanté tarde. Y me pongo a trabajar. Lo hago mientras miro involuntariamente una conferencia de prensa de Castañeda en Canal N. Entonces decido cambiar de canal, en el acto, no por cuestiones morales, sino estéticas. Pero la intención se frustra porque mi madre me llama para que la ayude. Onur acaba de escaparse. Salgo tras el falso pekinés, que corre vesánicamente por los jardines del parque, buscando a Pinky y Mota, sus eventuales novias. Como ya tengo experiencia en estas lides persecutorias, decido no hacer nada, solo llamarlo, para que el perro ubique mi posición, y me desentiendo del perro, eso: que haga lo que tenga que hacer, porque se pone más inquieto si es que me lanzo tras su persecución. Y perseguir a Onur, créanme, puede llegar a ser una experiencia no solo frustrante, sino también ridícula. Me cobijé en la sombra de un árbol, prendí un pucho, viendo la desazón del falso pekinés al no encontrar a ninguna de sus dos novias, las firmes. Por eso, el perro se me acerca, con su lengua que cuelga hacia el lado derecho y como bueno se posa junto a mí. Entonces lo cargo y regreso a casa con él. Lleno con agua su tazón y lo seca en menos de 30 segundos.

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