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Luego de una cena, a la que tuve que ir
a razón porque no tenía opción de rechazo, y mientras hacía lo que más detesto,
esperar, aproveché en leer el último número de la revista Lucerna. Y no lo digo porque en sus páginas aparece un texto
extenso de mi autoría sobra la vida y obra de uno de mis autores predilectos,
Saul Bellow, pero si honramos la verdad, la revista ya viene dando muestras de
su solidez, erigiéndose como la mejor revista literaria del medio, para
empezar, tiene las cosas claras, y este detalle lo podemos ver en el editorial
del presente número (9), texto con mucha personalidad y carácter, que refleja
lo que sabemos: la revista no le debe su legitimidad a nadie.
Antes de llegar al restaurante en
cuestión, estuve caminando por El Olívar, despejando la mente y preparándome
para lo que había que cumplir, cuando me encuentro con un grupo de más 200 personas
sentadas, su silencio y sonido llamó no solo mi atención, sino también de los
transeúntes. Me acerqué para cerciorarme de qué se trataba. No demoré nada en
saberlo, estaba presenciando una sesión de yoga. No necesitaba de mucho para
ser partícipe, quien lo deseaba podía formar parte de la sesión, y por un
instante lo pensé, motivado por la curiosidad de la experiencia. Pero no, vi
rápido lo que tenía que ver y eso era más que suficiente para mí, no iba a
quedarme en asombritis como más de un mirón al paso. Seguí mi camino al
restaurante.
Al cabo de tres horas, mientras caminaba
rumbo a Petit Thours para abordar mi taxi, decidí caminar, y eso fue lo que
hice. Caminé al ritmo del que para mí es el mejor álbum de los Rolling, Exile on Main Street. Paso lento en un
trayecto en el que fui testigo de más de una estimulante muestra que siempre me
depara el azar.
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