596
Me dirigía a San Isidro, en la noche,
caminando lento mientras fumaba un pucho. Pensaba en lo pequeña que se me
vuelve esta ciudad, no hay día en que no me cruce con amigos, conocidos y uno
que otro ser amorfo y contrahecho. Pues bien, mientras negociaba la carrera de
un taxi a Arenales, un amigo del barrio, de esos que ya no viven en el barrio
pero que regresan al cabo de cierto tiempo, de preferencia los sábados en la
noche a visitar a la familia, me pasa la voz. La visita a su familia era solo
el primer punto de ese largo camino de desenfreno que significaría su noche.
Dejé pasar el taxi y me puse a conversar con John. No había mucho que hablar,
pero nuestros silencios compartían un lazo en común: los clásicos de fulbito en
los que, literalmente, nos sacábamos la mierda. John jugaba en el equipo crema,
lo hacía de delantero, y yo lo hacía en la defensa, de donde organizaba el
juego de los blanquiazules de la cuadra. John maneja una teoría, y me la dice
cada vez que nos encontramos, que en vez de aburrirme, me hace pensar en mi
talento natural que exploté a destiempo. John hizo referencia a lo de siempre: muy
tarde me enteré de que era zurdo de pie, mi pie zurdo privilegiado para el
fútbol, ajeno de las limitaciones de mi pie derecho y a años luz de mi movimiento
natural de la mano derecha. Supe que era zurdo de pie a los 14 años y a partir
de esa edad marqué historia. No gané muchos campeonatos, pero sí los
suficientes para sentirme satisfecho de lo jugado y disfrutado. Además, me
ayudaba la talla, la misma que tengo hasta el día de hoy, porque después de los
14 dejé de crecer. John y yo nos mandábamos campales encontronazos, más de una
vez nos sacamos la mierda producto del calor del partido. Nunca pensé que con
el pata del barrio que me hablaría más, en síntoma de perenne amistad, fuera con
quien más me he trompeado en la vida. No conversamos mucho, cada uno tenía
otros rumbos inmediatos. Tomé mi taxi a Arenales y de allí abordé una custer,
en donde al bajar en Dasso, recibo el saludo del “Cigala”, que me dijo al vuelo
que mi recuento estuvo muy bueno.
Pasan los días y recibo opiniones
unánimes por el recuento, y en cierto sentido esperaba las reacciones. Como
dijo Bolaño, “si dices lo que quieres, tienes que escuchar lo que no te gusta”,
y en ese sentido soy coherente, o intento serlo. Prendí otro pucho, lo hice
después de usar el cajero del BCP ubicado en la esquina de Pardo y Aliaga y
Camino Real. Caminaba rumbo a mi destino y la cuadra estaba despejada, hasta
podría decir que era un espacio poético en su vacío, pero ese espacio vacío y
poético se quiebra a razón de un chancho que caminaba en dos patas.
Saqué mi cel para tomarle una foto y
publicarla en mi cuenta de Instagram, bajo una leyenda que reflejara mi asombro
ante lo que caminaba en dirección a mí. Cuando tuve cerca al chancho, fui
testigo de lo inaudito: el chancho no solo caminaba en dos patas, sino también
hablaba.
El chancho me reconoció y comenzó a
pedirme perdón. Me quedé en silencio, puesto que a lo mejor estaba siendo preso
de una alucinación. Pero entré en onda y le dije que no tenía nada de qué
perdonarle y así tuviera que hacerlo, no habría problema. Pero el chancho
seguía pidiéndome perdón, que lo que dijo debió decírmelo a mí, como se debe,
en mi cara, y no a terceras personas. “¡No soy un cobarde, pero no puedo
evitarlo!”, me decía.
Me compadecí del chancho y le pedí que se
sentara en las gradas del BCP. Había que hablar, en calma y sin alteraciones. Pero
el chancho seguía pidiéndome perdón, como si creyera que lo fuera a sacrificar.
Y lo puse en vereda por medio de un electroshock verbal: a mí no tienes que
pedirme perdón, sino a las personas que ofendiste, ensuciando sus honras,
cuando tenías tu blog en los años de apogeo de la blogosfera literaria, por eso
terminaste como terminaste: expectorado por sucio, por chancho, por mal
chancho, ahora, por tu culpa no voy a pensar mal de los chanchos. ¿Tan difícil
es portarte como un chancho bueno?
Acuérdate, no pases piola. Lo que haces
ahora hablando de mí a terceros es lo mismo, prácticamente lo mismo, que hacías
en esos años con otras personas, pero lo de ahora no es nada, las bajezas de
esos años sí eran cosa seria, porque pudiste terminar denunciado por difamación
y calumnia. De esta manera, querido chancho, no se consigue la legitimidad.
Tienes que curarte de esas costumbres y abocarte a leer, a ponerte serio. Tienes
46 años y nadie te respeta, ni como poeta, ni como académico, ni…
Entonces el chancho quedó sumergido en el
mutismo de la revelación de su verdad.
Y después de cinco segundos me miró y me
preguntó si podía escuchar los poemas que venía escribiendo.
Para ese momento el cansancio ya me había
invadido. Pero le dije que ya. Había que darle una oportunidad y pasar del
cansancio. Y el chancho me leyó sus poemas…
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal