domingo, enero 15, 2017

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Me dirigía a San Isidro, en la noche, caminando lento mientras fumaba un pucho. Pensaba en lo pequeña que se me vuelve esta ciudad, no hay día en que no me cruce con amigos, conocidos y uno que otro ser amorfo y contrahecho. Pues bien, mientras negociaba la carrera de un taxi a Arenales, un amigo del barrio, de esos que ya no viven en el barrio pero que regresan al cabo de cierto tiempo, de preferencia los sábados en la noche a visitar a la familia, me pasa la voz. La visita a su familia era solo el primer punto de ese largo camino de desenfreno que significaría su noche. Dejé pasar el taxi y me puse a conversar con John. No había mucho que hablar, pero nuestros silencios compartían un lazo en común: los clásicos de fulbito en los que, literalmente, nos sacábamos la mierda. John jugaba en el equipo crema, lo hacía de delantero, y yo lo hacía en la defensa, de donde organizaba el juego de los blanquiazules de la cuadra. John maneja una teoría, y me la dice cada vez que nos encontramos, que en vez de aburrirme, me hace pensar en mi talento natural que exploté a destiempo. John hizo referencia a lo de siempre: muy tarde me enteré de que era zurdo de pie, mi pie zurdo privilegiado para el fútbol, ajeno de las limitaciones de mi pie derecho y a años luz de mi movimiento natural de la mano derecha. Supe que era zurdo de pie a los 14 años y a partir de esa edad marqué historia. No gané muchos campeonatos, pero sí los suficientes para sentirme satisfecho de lo jugado y disfrutado. Además, me ayudaba la talla, la misma que tengo hasta el día de hoy, porque después de los 14 dejé de crecer. John y yo nos mandábamos campales encontronazos, más de una vez nos sacamos la mierda producto del calor del partido. Nunca pensé que con el pata del barrio que me hablaría más, en síntoma de perenne amistad, fuera con quien más me he trompeado en la vida. No conversamos mucho, cada uno tenía otros rumbos inmediatos. Tomé mi taxi a Arenales y de allí abordé una custer, en donde al bajar en Dasso, recibo el saludo del “Cigala”, que me dijo al vuelo que mi recuento estuvo muy bueno.
Pasan los días y recibo opiniones unánimes por el recuento, y en cierto sentido esperaba las reacciones. Como dijo Bolaño, “si dices lo que quieres, tienes que escuchar lo que no te gusta”, y en ese sentido soy coherente, o intento serlo. Prendí otro pucho, lo hice después de usar el cajero del BCP ubicado en la esquina de Pardo y Aliaga y Camino Real. Caminaba rumbo a mi destino y la cuadra estaba despejada, hasta podría decir que era un espacio poético en su vacío, pero ese espacio vacío y poético se quiebra a razón de un chancho que caminaba en dos patas.
Saqué mi cel para tomarle una foto y publicarla en mi cuenta de Instagram, bajo una leyenda que reflejara mi asombro ante lo que caminaba en dirección a mí. Cuando tuve cerca al chancho, fui testigo de lo inaudito: el chancho no solo caminaba en dos patas, sino también hablaba.
El chancho me reconoció y comenzó a pedirme perdón. Me quedé en silencio, puesto que a lo mejor estaba siendo preso de una alucinación. Pero entré en onda y le dije que no tenía nada de qué perdonarle y así tuviera que hacerlo, no habría problema. Pero el chancho seguía pidiéndome perdón, que lo que dijo debió decírmelo a mí, como se debe, en mi cara, y no a terceras personas. “¡No soy un cobarde, pero no puedo evitarlo!”, me decía.
 Me compadecí del chancho y le pedí que se sentara en las gradas del BCP. Había que hablar, en calma y sin alteraciones. Pero el chancho seguía pidiéndome perdón, como si creyera que lo fuera a sacrificar. Y lo puse en vereda por medio de un electroshock verbal: a mí no tienes que pedirme perdón, sino a las personas que ofendiste, ensuciando sus honras, cuando tenías tu blog en los años de apogeo de la blogosfera literaria, por eso terminaste como terminaste: expectorado por sucio, por chancho, por mal chancho, ahora, por tu culpa no voy a pensar mal de los chanchos. ¿Tan difícil es portarte como un chancho bueno?
Acuérdate, no pases piola. Lo que haces ahora hablando de mí a terceros es lo mismo, prácticamente lo mismo, que hacías en esos años con otras personas, pero lo de ahora no es nada, las bajezas de esos años sí eran cosa seria, porque pudiste terminar denunciado por difamación y calumnia. De esta manera, querido chancho, no se consigue la legitimidad. Tienes que curarte de esas costumbres y abocarte a leer, a ponerte serio. Tienes 46 años y nadie te respeta, ni como poeta, ni como académico, ni…
 Entonces el chancho quedó sumergido en el mutismo de la revelación de su verdad.
Y después de cinco segundos me miró y me preguntó si podía escuchar los poemas que venía escribiendo. 
Para ese momento el cansancio ya me había invadido. Pero le dije que ya. Había que darle una oportunidad y pasar del cansancio. Y el chancho me leyó sus poemas…

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