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Me levanto temprano. El jugo de naranja
y el café para empezar la mañana. Pasos previos para el duchazo.
Una vez listo, abro un archivo en Word
para la reseña de la buena novela Geografía
de las nubles de Luis López Aliaga. Aunque antes de teclear, decido releer
algunas páginas de esta novela que, para su mala suerte, ha sido muy mal
promocionada por estos lares, puesto que es mucho más de lo que consigna de
Chocano. Pero bueno, también sé que no puedo esperar mucho de nuestro
maravilloso periodismo cultural
Acabada la relectura, recuerdo el
periplo de anoche, cuando me dirigía al Centro, viéndome obligado a bajar del
taxi porque el tráfico estaba más insoportable que de costumbre, a causa del
cierre de calles y avenidas. La razón, simple: La marcha contra la corrupción.
Es lo mejor que se puede hacer. Bajarse
del taxi y caminar. Llamé a Charlotte para decirle que llegaría algo tarde. Y
creo que llegué más tarde de lo pensado, porque caminé despacio, cuidándome de
no sudar, con mayor razón cuando has olvidado tu mochila en casa, en donde aparte
de libros, llevas también los bloqueadores. Así de fregado me encuentro, hasta
de noche debo usar bloqueador.
Cuando llegué al Palacio de Justicia, un
penoso sentimiento se apoderó de mí. La realidad era la que valía, lo demás es
genuina demagogia: la marcha fue un fracaso.
Poca gente. Poco ánimo. Mucha
politización. Y hasta donde sé, luchar contra la corrupción va más allá de
preferencias ideológicas y políticas. Una marcha como esta, tan necesaria en
estos tiempos de destapes, tiene que ser capitaneada por personas y colectivos
libres de señalamientos. Desde la promoción de la misma, varios hablaron de
ella, arrogándose una autoridad que solo confiere el oportunismo rancio, tal y
como lo hizo la simpática e inteligente Verónika Mendoza. Con su injerencia,
una necesaria marcha como esta se maculó, impresión también compartida por
muchos simpatizantes de izquierda. Mendoza, antes de liderar causas justas,
tendría que aclarar lo de las agendas de su ex amiga íntima Nadine Heredia,
también mejorar su discurso político, que obedezca más a principios, no a
temores de “sacadas en cara”, porque temor es lo que signa su tibio discurso,
que la lleva a mostrarse laxa y servil y distraída, a saber: la situación de
los presos políticos en Venezuela.
El día se pinta en su cauce habitual,
pero la presencia de una cucaracha virtual quiebra el orden de mi Facebook. La
cucaracha virtual hace lo suyo: me menta la madre, y se da tiempo para insultar a otros autores en sus propias cuentas, todo en menos de cinco minutos, al punto que uno de ellos lo manda a la genitalia de su madre. No puedo hacer captura de su
insulto, pero otra punta ya lo ha hecho y lo testimonia en los comentarios.
Entonces le mando un Inbox a “Cachetada nocturna”, y le digo para hoy en la
noche. “Cachetada” acepta el reto. Pero cambia de parecer cuando le sugiero que
vaya solo y que solo me eximiré de sacarle la mierda si se porta con una
donación pecuniaria con el albergue de niños de Piura. Entonces “Cachetada”
desaparece de la fas virtual, anula su cuenta de Facebook. Me quedo unos
segundos más, a ver si regresa al paraíso artificial, pero “Cachetada” ha
desaparecido. Bueno, aunque sea que se porte con la donación. Tiene que hacer
algo, porque podrá salvarse de mí, pero no de la furia de Niunamenos, menos de
Conmishijosnotemetas.
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