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Regreso de Librería Sur. En el camino,
se me antoja un jugo de granadilla con mandarina. Entonces, me dirijo a una
juguería de San Borja, que conozco bien pero del que no sé su nombre. Al llegar
me ubico en mi banca esquinada de siempre y mientras espero el jugo, me alisto
para la relectura de algunas páginas de Coronada
de moscas de Margo Glantz. Me resulta imposible no molestarme, puesto que
en los últimos años Glantz ha estado de visita en Lima, y en ninguna de esas
ocasiones he podido verla, y si he sabido de su presencia, lo supe por gracia
del azar, sea porque un lector me lo comentaba, o porque se me ocurría ver
algunos cronogramas culturales.
Me viene a la memoria su participación
en una pasada edición de la FIL. Como es habitual por estos lares, la
organización no tuvo la más mínima idea de la magnitud de la escritora
invitada. En esa FIL no la pude ver, y solo eso buscaba, verla y darle las
gracias mentalmente.
Terminado mi jugo, pago el importe
respectivo y subo a un taxi con dirección a casa. Estaba a tiempo para ver el
clásico, que Alianza Lima ganó con dos golazos.
No lo pienso mucho: cuando Alianza gana,
el Perú es. Así de simple.
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