dialogar para entender
Un video del colectivo
Conmishijosnotemetas ha encendido, y viene encendiendo, más de un comentario en
nuestra fauna letrada e intelectual.
En principio, es posible detectar una
actitud recuurente del pensador peruano: sentirse intelectualmente superior a
los grupos religiosos que conforman el mencionado colectivo. Para tal fin, el
discurso utilizado viene pautado por la soberbia y la intolerancia. Por más que
se tenga razón en cuanto a este colectivo, al que, valgan verdades, ha visto
destruido cada uno de sus argumentos, ejemplo de ello lo tenemos en el video
que circula desde hace unas horas, video en el que un patita confirma la
sospecha que se tiene sobre la comunidad cristiana peruana: su nula capacidad
argumentativa, aunque habría que reconocer su contribución que ha traído su
campaña, como el verbo “homosexualizar”.
Esta nula capacidad para la
argumentación es pues una radiografía vergonzante para una comunidad, como la
evangélica, que ha ido creciendo exponencialmente en las últimas décadas,
comunidad a la que no le ha interesado en lo más mínimo construir un discurso
sólido por el cual transmitir sus principios. Si esta comunidad cree que el
discurso es juzgar, pues seguirán siendo vistos como conservadores
ultramontanos.
Sin embargo, las actitudes de los que
defienden el programa del nuevo currículo escolar distan de lo que podríamos
esperar de los intelectuales, o de los que creen serlo, puesto que cometen los
mismos yerros que critican cuando defienden otras causas. Como ya señalamos,
este discurso intolerante viene escanciado con altanería y pedantería, la de
aquel que se sabe más porque se asume como avanzado, privilegiado, en una
sociedad conformada por acémilas.
Lo que vemos en este fuego cruzado de
estupideces y patanerías intelectuales es el reflejo de lo que tanto adolece la
sociedad peruana: capacidad para dialogar, escuchar e intentar entender. Se
pueden brindar muchos significados de la palabra cultura, pero ante todo, la
cultura es diálogo. Por medio del diálogo entendemos al otro y en el intercambio
de conceptos podemos llegar a las soluciones que más convengan a las partes en
conflicto. Los llamados a dialogar no están honrando este principio básico de
la cultura. No piensan en la facción contraria, solamente la juzgan en su
desinformación, haciendo alarde de sus recursos cognitivos, taladrando al “enemigo”,
sin darse cuenta que esta facción contraria es la que se atreve a hablar,
llevados por sus creencias, gozando de la anuencia de millones de peruanos no necesariamente
evangélicos. Por ello, no nos debe sorprender lo que ocurrirá el próximo 4 de
marzo: una población de millones en las calles, que hará palidecer a las
marchas en las que participan nuestros pensadores, intelectuales y activistas
pop.
Hizo falta convocar mesas de diálogo
desde hace mucho tiempo. Saavedra fue un excelente ministro. Como persona
informada sé de los profundos cambios que llevó a cabo en los circuitos de su
cartera ministerial, pero cometió el error de no consultar sobre los cambios
que pensaba hacer en el currículo escolar. No quiso ni le interesó dialogar con
los educadores que pensaban en contra de sus postulados pedagógicos. Este
diálogo debió darse hace tres años, con el suficiente tiempo para analizar,
cruzar información y discutir. Eso se debió hacer. Pero como no ocurrió, ahora
somos testigos de lo que vemos a diario: un festín de intolerancia.
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