pero sin epifanía
Lo cierto es que después de HHhH (2011) el escritor francés Laurent
Binet pudo darse por muy bien servido y con un crédito de espera de una década
para su próxima novela. No solo estuvimos ante una primera novela descollante,
sino que más allá de su carácter inicial en la poética del autor, tranquilamente
puede significar como la mejor novela para cualquier autor de reconocido
oficio.
Al respecto, en una pasada edición de la
FIL, en la que Binet fue escritor invitado, conversé con uno de los lectores
más entusiastas de la novela, a quien debemos que se haya hecho conocida entre
los lectores peruanos. En aquella ocasión le manifesté que una novela como HHhH no solo resultaba consagratoria
para su autor, sino que este debía esperar el tiempo suficiente para publicar
la siguiente y que ojalá no caiga en el apuro, ni sea víctima de la presión,
puesto que el peso de su proeza le podría generar un peligro que podría atentar
contra la madurez narrativa exhibida. Ante ello, mi amigo se mostró contrario a
mi impresión, puesto que estaba convencido de que Binet no tendría que esperar mucho
tiempo, solo el razonable para confirmar lo leído en su novela debut.
Después de seis años, Binet nos ofrece
su segunda entrega en el terreno de las distancias largas. Y sí, consigue
confirmar las impresiones narrativas que esperábamos, mas no como nos hubiese
gustado. En este sentido, La séptima
función del lenguaje (Seix Barral, 2016), se nos presenta con un argumento
por demás llamativo: la investigación de la muerte del crítico francés Roland
Barthes. Para tal motivo, Binet hace uso de la tradición del policial enigma,
por medio de un dúo conformado por el comisario Jacques Bayard, quien contará
con la forzada ayuda del joven profesor Simon Herzog. Los dos deberán despejar
las dudas existentes sobre el accidente que causó la muerte de Barthes. No
faltaba más: las horas previas al accidente confieren al caso de un aura de
misterio que obligara a Bayard a indagar más allá de lo que señala el atestado,
además, su olfato de sabueso policial le sugiere que el accidente no ha sido
tal, sino una gran puesta en escena.
Tal y como lo indica el título de la
novela, se nos indica que estamos ante una historia que nos permite acceder a
los entresijos de las funciones del lenguaje, siendo la séptima considerada por
los expertos de la semiología como eventual sucedánea de las anteriores. He aquí
el protagonista silente de la novela: el lenguaje, y gracias a este personaje,
se encuentra el pretexto para el desfile de pensadores y semiólogos como
Foucault, Lacan, Althusser, Eco, a quienes Bayard debe interrogar para saber de
la magnitud del posible hallazgo de Barthes.
Binet demuestra su gran talento al
elevar el argumento más allá de la pureza genérica del policial, convirtiendo,
de este modo, la novela, primero, en un rico crisol discursivo, y segundo, en
un vivo retrato de época de fines de los setenta, época no solo signada por los
tránsitos culturales (agradecemos al autor los guiños musicales, como el de Killing an Arab de The Cure), sino
también por los discursos políticos. Binet potencia su narración gracias a la
fuerza de los pequeños detalles, pensemos en la tácita cotidianidad que nos
participa de la naturaleza e intelecto elementales de Bayard, de quien podemos
señalar que su inteligencia yace en el entusiasmo de su desconfianza. No
estamos ante un investigador culto, pero sí ante uno muy intuitivo. Caso
contrario con Herzog, que esclarece las dudas ante tanta jerigonza empleada por
los académicos interrogados por Bayard. Hasta aquí, Binet se porta como lo que
es: un talentosísimo narrador con una envidiable inteligencia y enormísima
cultura.
Pero los problemas se imponen cuando somos
derrotados por la ambición de la novela, que pudo ser distinta, y para bien, si
la dejábamos a la mitad. Tenemos razones suficientes para sospechar que Binet la extendió innecesariamente a causa de HHhH. Es precisamente
en el exceso de páginas en las que se presentan los yerros narrativos que no
solo desdibujan a los personajes, sino que descarrillan el motivo de la
investigación central, situación que obligó a su autor a realizar lo que no en
esta clase de empresas narrativas intergenéricas: volver (y volver otra vez) sobre lo ya
recorrido. En estos casos, es preferible avanzar tropezándose que hacerlo
restando verosimilitud a lo que se narra. Binet cierra la estructura de la
novela con eficacia, pero le costó muy caro: la cierra sin epifanía.
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