declaraciones fatuas
Después de varios días desconectado, me
pongo al corriente con algunas noticias aparecidas en las últimas horas. En ese
trance, mientras me sirvo un jugo de fresa, leo el cuento ganador de las 1000 palabras, concurso convocado por la
revista Caretas.
Lo cierto es que estamos ante un cuento débil, predecible, que alardea de su ingenuidad temática y que se deshace en la escritura temerosa.
Pero llaman mi atención las declaraciones
de su autor, Julio César Buitrón, de 27 años.
A veces, la juventud suele jugar muy
malas pasadas, y se pueden superar si aplicamos la virtud que la chibolada de
hoy no suele practicar: la inteligencia. Lo digo en buena onda, y con la
esperanza de que Buitrón se salve de la posería y de un inminente destino
lustrabotista.
Podríamos entender sus declaraciones si
estas parten de una revelación no vista en este caso: que su cuento sea un
cuentazo. Es decir, la manifestación de la calidad literaria que brinda crédito
para la tontera verbal y la ejecución del rol de infante terrible, así seas
chato.
Recordemos el muy buen cuento Solo quería un cigarrillo, de Claudia
Ulloa Donoso. Con este cuento la autora ganó en 1998 las 1000 palabras de Caretas,
a los 18 años. De quererlo, pudo ser posera, y ella sí tuvo motivos suficientes
para tal fin, puesto que la calidad de su cuento le brindaba ese crédito.
Para mover el balón, primero hay que
saber pararlo.
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