generación partida
Luego de una tarde de martes muy
atareada, salí de la Hemeroteca de la BNP y caminé al Cineplanet de San Borja.
En mi cabeza, no pocas dudas sobre lo descubierto en los diarios de los años
veinte, quizá más de lo habitual, al punto que ejercieron una desconexión con
mi objetivo inmediato. Eso tuvo que pasar para que comprara dos entradas en
horarios distintos para la misma película. Mi idea era ver la película a las 6
y 40, pero pedí una para las 8 y 40. Cuando me percaté del error, en ventanilla
la señorita me dijo que no podía cambiar el horario, entonces compré otra
entrada. No me hice problemas.
A cuenta de los muchos comentarios que
venía leyendo y escuchando de La última
tarde de Joel Calero, aproveché en verla a razón del temor de que en nada
la retiren de las salas de cine. En este sentido, me alegró ver una sala
relativamente llena (más allá de un par de impases de mis desconocidos
acompañantes de butaca: a mi izquierda, una guapa señorita de no más de un
cuarto de siglo a la que se le cayó el celular por cruzar las piernas cada dos
minutos y medio; a mi derecha, un patita que no supo sostener su Coca Cola, mojando
a los espectadores de la siguiente fila de butacas, felizmente pasó eso, no quiero
pensar qué hubiera ocurrido con este huevas si derramaba la gaseosa hacia mi
lado) dispuesta a ver una buena película peruana.
Son muchos los puntos a favor de esta
película de Calero. Para empezar, estamos ante un trabajo fílmico que no
dependió de un gran presupuesto para abrirse paso hacia su fin implícito:
conectar con el espectador. Mejor tratamiento no pudo tener LUT: un guion inteligente y un par de
actores que para esta ocasión han exhibido un agradecido estado de gracia.
Ramón (Luis Cáceres) y Laura (Katherina D´Onofrio) se reencuentran después de
diecinueve años en un juzgado en el que tendrán que firmar la documentación de
su divorcio. Estamos ante un divorcio de común acuerdo que tiene a Laura como
beneficiada principal, puesto que sin esta documentación no podrá llevar a cabo
el adelanto de herencia de su madre; caso contrario con Ramón, que tuvo que
venir de Cusco para firmar ese documento, pero ante todo a cerrar algunos
cuestionamientos sobre su vida compartida con Laura en la izquierda radical.
Oficialmente divorciados, Laura recuerda
que hace falta que se firme un documento más, hecho que los obliga a esperar al
juez durante varias horas. A partir de este inicial giro de la trama, Laura y
Ramón caminarán por las calles barranquinas, conversando sobre lo que ha sido de
sus vidas, ocasión aprovechada por Ramón para ir completando el rompecabezas sobre
la huida de Laura del grupo armado que integraban.
Nos enfrentamos ante una mirada
diferente sobre los años de la Guerra Interna, pero esta vez vista desde la
intimidad, que como tal no se muestra para nada amable con las decisiones tomadas
en aquellos años en los que se creyó que algo
se podía hacer para cambiar las injusticias del país. Asistimos pues a dos
discursos enfrentados, pero que a la vez comparten una sensación común: la
frustración. Ramón considera que se pudo hacer más y Laura que aquella decisión
de juventud fue el mayor error de su vida. La tensión dialógica nos revela la
configuración moral de estos personajes, que bien podrían ser la precisa
metáfora de una generación partida. Ese es pues uno de los mayores aciertos de
la película de Calero, que por medio de este par de personajes nos refleja la
desazón de una generación que hizo lo que hizo sin saber bien por qué,
enfrentándose a un presente que no es más que la incoherencia y el fracaso de
lo que se supone pudo ser.
Todas las buenas películas motivan una
serie de preguntas que parten de su sola propuesta. Preguntas que en sus
distintos niveles de desarrollo nos llevan a una variopinta gama de respuestas
que nos arrojan una certeza común: el error de juventud, los años perdidos al
apostar por locuras, continuadas, en el caso de Ramón, por una terquedad
ideológica.
Como ya se indicó, LUT es lo que es gracias a su guion y el estado de gracia de sus
protagonistas, de los que me quedo con el papel de D´Onofrio, en quién se
conducen los quiebres temáticos de la extensa conversación con Cáceres, pero en
la que también recaen los yerros, a saber, la escena en el taxi en la que su
personaje Laura narra (y pudo hacerlo mejor) la enfermedad que su madre pudo
superar.
De lo leído sobre la película, Federico
de Cárdenas señala que resultó forzada la escena final, a la otra margen de lo
que se nos venía contando. En lo personal, no pudo acabar mejor la película. Su
final no pudo ser otro que el desconcierto. En su deliberada imperfección se proyecta
una fuerza simbólica que generará más de una reacción, es decir, discursos
sobre cómo asumir desde el presente esos años nefastos para la historia contemporánea
del Perú.
1 Comentarios:
Gracias por la reseña, Gabriel.
Una sobreviviente de la generación partida
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