miércoles, mayo 03, 2017

generación partida

Luego de una tarde de martes muy atareada, salí de la Hemeroteca de la BNP y caminé al Cineplanet de San Borja. En mi cabeza, no pocas dudas sobre lo descubierto en los diarios de los años veinte, quizá más de lo habitual, al punto que ejercieron una desconexión con mi objetivo inmediato. Eso tuvo que pasar para que comprara dos entradas en horarios distintos para la misma película. Mi idea era ver la película a las 6 y 40, pero pedí una para las 8 y 40. Cuando me percaté del error, en ventanilla la señorita me dijo que no podía cambiar el horario, entonces compré otra entrada. No me hice problemas.
A cuenta de los muchos comentarios que venía leyendo y escuchando de La última tarde de Joel Calero, aproveché en verla a razón del temor de que en nada la retiren de las salas de cine. En este sentido, me alegró ver una sala relativamente llena (más allá de un par de impases de mis desconocidos acompañantes de butaca: a mi izquierda, una guapa señorita de no más de un cuarto de siglo a la que se le cayó el celular por cruzar las piernas cada dos minutos y medio; a mi derecha, un patita que no supo sostener su Coca Cola, mojando a los espectadores de la siguiente fila de butacas, felizmente pasó eso, no quiero pensar qué hubiera ocurrido con este huevas si derramaba la gaseosa hacia mi lado) dispuesta a ver una buena película peruana.
Son muchos los puntos a favor de esta película de Calero. Para empezar, estamos ante un trabajo fílmico que no dependió de un gran presupuesto para abrirse paso hacia su fin implícito: conectar con el espectador. Mejor tratamiento no pudo tener LUT: un guion inteligente y un par de actores que para esta ocasión han exhibido un agradecido estado de gracia. Ramón (Luis Cáceres) y Laura (Katherina D´Onofrio) se reencuentran después de diecinueve años en un juzgado en el que tendrán que firmar la documentación de su divorcio. Estamos ante un divorcio de común acuerdo que tiene a Laura como beneficiada principal, puesto que sin esta documentación no podrá llevar a cabo el adelanto de herencia de su madre; caso contrario con Ramón, que tuvo que venir de Cusco para firmar ese documento, pero ante todo a cerrar algunos cuestionamientos sobre su vida compartida con Laura en la izquierda radical.
Oficialmente divorciados, Laura recuerda que hace falta que se firme un documento más, hecho que los obliga a esperar al juez durante varias horas. A partir de este inicial giro de la trama, Laura y Ramón caminarán por las calles barranquinas, conversando sobre lo que ha sido de sus vidas, ocasión aprovechada por Ramón para ir completando el rompecabezas sobre la huida de Laura del grupo armado que integraban.
Nos enfrentamos ante una mirada diferente sobre los años de la Guerra Interna, pero esta vez vista desde la intimidad, que como tal no se muestra para nada amable con las decisiones tomadas en aquellos años en los que se creyó que algo se podía hacer para cambiar las injusticias del país. Asistimos pues a dos discursos enfrentados, pero que a la vez comparten una sensación común: la frustración. Ramón considera que se pudo hacer más y Laura que aquella decisión de juventud fue el mayor error de su vida. La tensión dialógica nos revela la configuración moral de estos personajes, que bien podrían ser la precisa metáfora de una generación partida. Ese es pues uno de los mayores aciertos de la película de Calero, que por medio de este par de personajes nos refleja la desazón de una generación que hizo lo que hizo sin saber bien por qué, enfrentándose a un presente que no es más que la incoherencia y el fracaso de lo que se supone pudo ser.
Todas las buenas películas motivan una serie de preguntas que parten de su sola propuesta. Preguntas que en sus distintos niveles de desarrollo nos llevan a una variopinta gama de respuestas que nos arrojan una certeza común: el error de juventud, los años perdidos al apostar por locuras, continuadas, en el caso de Ramón, por una terquedad ideológica.
Como ya se indicó, LUT es lo que es gracias a su guion y el estado de gracia de sus protagonistas, de los que me quedo con el papel de D´Onofrio, en quién se conducen los quiebres temáticos de la extensa conversación con Cáceres, pero en la que también recaen los yerros, a saber, la escena en el taxi en la que su personaje Laura narra (y pudo hacerlo mejor) la enfermedad que su madre pudo superar. 
De lo leído sobre la película, Federico de Cárdenas señala que resultó forzada la escena final, a la otra margen de lo que se nos venía contando. En lo personal, no pudo acabar mejor la película. Su final no pudo ser otro que el desconcierto. En su deliberada imperfección se proyecta una fuerza simbólica que generará más de una reacción, es decir, discursos sobre cómo asumir desde el presente esos años nefastos para la historia contemporánea del Perú.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Gracias por la reseña, Gabriel.

Una sobreviviente de la generación partida

2:30 p.m.  

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