una historia sobre la ambición
Suelo llegar tarde a las series, del
mismo modo a las películas, y aunque no se crea, también a los libros. No me
gusta, pues, la fiebre por la novedad, menos por presentarla sin antes no tener
una idea reposada de lo que pienso decir, si en caso me animo a decir algo de
algunas de estas novedades.
Pese a su irregularidad narrativa, a lo
laxo e inverosímil que puede resultar en ciertos capítulos, la serie House of Cards se justifica en su
esencia narrativa: el viaje hacia las bajas pulsiones por proteger y ostentar
el poder político conseguido por los Underwood. Estas inmersiones por los
caminos de la ambición son las bases que han mantenido a la serie en sus
mejores momentos y en los menos logrados, o en temporadas, como la última
recién estrenada, que tienen lo peor y lo mejor del proyecto de la serie. Sobre
la quinta temporada, vengo leyendo y escuchando sentencias por demás injustas,
como si se hubiese esperado la continuación de la contundencia vista en la
cuarta temporada, en especial en los últimos episodios de esta.
Lo que esperaba no era una continuidad
de la contundencia, solamente la no traición de su ánimo nervioso, que llega a
buen puerto como historia, mostrando en el proceso su carne y a la vez su
hueso. Por ello, cada vez estoy más seguro de que House of Cards no será una obra maestra en la tradición de las
series, pero sí una de las más vistas, mucho más que algunas obras maestras de
esta tradición. No debería sorprender: se nos cuenta una historia sobre la
ambición.
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