en otro lado
Mientras acababa mi jugo de mandarina y
granadilla, pensaba en lo que dejó la pasada edición de la FIL. Al respecto, no
hay mucho que pensar, porque ha sido la mejor edición en la historia de la CPL.
Negarlo, aparte de efectista, es también mentir. Lo dicho no se ajusta a un posible
éxito de ventas, tampoco a razón de la asistencia de público, aspectos muy
relativos y que solo los ases de las calculadoras asumen como determinantes al
momento de dictaminar sus logros y fracasos.
Felizmente, yo me fijo en lo que ofreció
la FIL como espacio cultural, destacando, en primer lugar, su oferta
bibliográfica, que este año se vio reforzada gracias a libreros (contados, pero
son, y no confundamos con vendedores de libros) que decidieron apostar por la
calidad en lugar del olfateo comercial. Claro, la feria son sus libros, pero
también lo que ofrece su programa de actividades, que se vio recompensada con
salas llenas, al punto que debías hacer cola si en caso no encontrabas una
silla libre. No hablemos del buen gusto de la infraestructura, al respecto,
felicito a Germán Coronado por contratar a un arquitecto capaz, que hizo un milagro:
convertir en recorrido agradable lo que parecía un mercado en gestiones
anteriores.
Claro, ni hablar de los invitados
extranjeros, muchos de ellos escritores importantes y algunos de primera línea,
como Leonardo Padura, Jorge Edwards, Juan Villoro, Fabio Morabito, Margo Glantz
y Richard Ford. El público respondió a lo que se le estaba ofreciendo. Obviamente,
la representación local también tuvo lo suyo, pero en este sentido habría que
subrayar la participación de Renato Cisneros, de quien aún no leo su novela Dejarás la tierra. Más allá de
eventuales saludos y reparos a su nueva entrega, resulta importante ver a un
autor peruano con miles de lectores. Claro, se podría explicar el “fenómeno” en
función a su herencia mediática, pero tengamos en cuenta que Cisneros no está
ofreciendo un producto plástico, sino uno noble, que como tal, si no conecta con
su público potencial, este no dudaría pasar sin más de su libro. La herencia
mediática puede ayudar en los inicios de una trayectoria, pero no es
determinante en nada. Ya hemos visto otros ejemplos de autores que provienen de
los medios y cuyos libros no conocen otro destino que el olvido. Autores como
él son necesarios para una industria editorial, a la que permite apostar por
plumas que no tienen mucha resonancia. Ocurre en otros circuitos, así es que lo
dicho no tendría que sorprender.
Y siguiendo con los escritores locales,
ninguno que participó en esta feria puede quejarse. Todos se sintieron
importantes, al menos durante más de veinte minutos. Algunos cumplieron porque
se prepararon, en cambio otros no hicieron más que hablar huevadas y prestarse
a los mecanismos de la contactología. Además, lo que me quedó muy claro es que
la mayoría de nuestras plumas no están contentas con lo que tienen. Felizmente,
la literatura está en otro lado.
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