tdp: "ramón" de silvana reyes vassallo
A estas alturas del nuevo siglo, la
poesía peruana comienza a encontrar su camino, quizá uno más propicio en cuanto
a lo que puede lograr partiendo de sus limitaciones. Eso es pues lo que ha
sucedido en estos dos últimos años, una mejoría que debemos destacar y saludar,
pero con ánimo cauteloso, sin caer en las mentiras de los saludos de la platea,
peligrosos y gangrenosos, en especial para las nuevas voces que han crecido, y
para mal, a la expectativa de un reconocimiento inmediato cuando lo cierto es
que la poesía poco o nada tiene que ver con la concursografía del reconocimiento,
menos con el aplausómetro virtual de las redes sociales.
Bien lo sabe el lector de poesía, lo
sabe bien: para apreciarla hace falta un rigor, una formación de lecturas que
garantice la identificación de la disonancia en el verso, del efectismo del
párrafo y, principalmente, de la mentira del poema.
Un breve paneo a las voces aparecidas en
estos últimos diecisiete años, nos arroja una radiografía letal. Lo acabamos de
decir, la poesía peruana última está mejorando, pero hubo años en los que esta
fue infeliz, tiempo en el que el poeta aspiraba a parecer poeta y no ser tal. El parecer, lo intuimos, es lo más
fácil y hacia esa lujuria de la imagen se embarcó el joven poeta peruano, la
aceptación como fin supremo y sus réditos fugaces pero gozosos, como los
recitales de poesía, la invitación a festivales nacionales e internacionales
poéticos. Había pues triunfado el parecer.
¿Y la poesía?
Por allí, resistiendo como podía en algunas
voces destacables, que podría mencionar en estos momentos, pero me reservo esa
prerrogativa a cuenta de los vacíos en los que pueda caer mi memoria.
Felizmente, algunas cosas buenas
pasaron, quizá el cansancio de la apariencia había llegado a su punto límite. Y
lo entiendo: eso es actuar, y actuar, amigas y amigos reunidos, cansa, como
también destruye.
Líneas atrás hice referencia a la
mentira del poema. Es cierto, puedes escribir los versos más efectistas, picar
cualquier clase de influencia, hacerla tuya, o al menos llevar a cabo el
esfuerzo, pero el poema no tarda en cobrar venganza por su naturaleza,
traducida no pocas veces como vergüenza para su creador.
El nuevo poeta peruano se dio cuenta de
esa vergüenza. Quiero creer que fue así, es decir, este sujeto no pudo más con
la mentira formal y supo ver que en sus poemas no había esa básica verdad que
debe exhibir todo poema, ese respeto por la palabra en su fuerza expresiva.
Pero no nos confundamos: la fuerza de la palabra no tiene nada que ver con su
estado apofántico, esa nula situación de estrategia exaltada, o en su
contraparte, la sensibilidad cursi, por decirlo de alguna manera.
Bien lo decía el poeta maestro John
Ashbery, la poesía es, y con ser basta e importa.
Se supone que el poeta tiene que conocer
su tradición y trabajar su propuesta en base a ella, sea para extenderse en la
misma o renegar de ella mediante el hallazgo de su propia voz. Esa voz (en cursiva) nos lleva a un
entendimiento, que esperamos del poema: su verdad.
Partiendo de la verdad del poema, nos es
posible especular sobre los circuitos que lo fortalecen. Todo poema está
llamado a proyectar una verdad, la verdad de la palabra, como acertadamente lo
ha señalado Julio Ortega en cuanto a la poesía de César Vallejo, que dice más o
menos así: “A Vallejo no lo entiendes, pero sus palabras se quedan con uno, eso
es lo que siempre gusta de Vallejo”.
En esta noche de presentación de Ramón, poemario de Silvana Reyes Vassallo,
de quien debo decir que recién conozco personalmente, pero de quien sé también
que vive en Chiclayo y es enfermera. Pues bien, nos encontramos ante una
pequeña muestra de lo letal que puede ser la poesía cuando esta solo se limita
a trabajar en su verdad. No estamos ante un poemario falso, mucho menos ante
uno preñado de dislates palabrescos. Nos hallamos ante un pequeño libro
configurado en su sencillez y es precisamente en esa sencillez que Reyes Vassallo
consigue lo que pocos: transmisión y conexión con el lector de turno.
La poeta no se adorna ni maquilla su
palabra. Al menos para mí, esa actitud me basta y me sobra. Reyes Vassallo nos
sumerge en los linderos de la cotidianidad emocional, en los poemas que
conforman Ramón no hay más aspiración
que esta, y eso lo saludamos, porque su propuesta se justifica en su sola
dimensión anímica, no necesita de la ayuda del tema, menos de la ideología,
elementos que lamentablemente contaminan no pocos poemarios peruanos.
En otras palabras, Ramón es el triunfo de la naturalidad discursiva, y eso, queridos amigas
y amigos presentes, se lo tenemos que agradecer. Esa naturalidad es también un
ejemplo de cómo la autora asume su relación con la palabra. Especulo: Reyes
Vasallo cree en la palabra pero no la endiosa, en ese no endiosamiento descansa
su logro poético.
Basta ver el ánimo desenfadado que
caracterizan poemas como “Los poetas”, “El complejo de Ramón”, “Mudanza”,
“Muñeca” y “Las enfermeras”. Asistimos pues a una voz que se las cree pero a la
vez no. Esa especie de ambivalencia le brinda a la autora la posibilidad de
expresarse sin necesidad de pontificar, sin esa aburrida recurrencia de hablar
sobre los grandes temas como mecanismo ectoplasmático. Reyes Vasallo nos
patentiza su propósito: el lenguaje como herramienta.
Hablo, se entiende, desde mi condición
de lector. No sé si esta actitud sea pensada por parte de la poeta, y la verdad
es que poco o nada importa, porque lo que sí importa es el nivel de
especulación al que podemos llegar gracias a la claridad, o llámalo literalidad
del Poema, que podemos ver en el sentimentalismo tramposo del poema homónimo de
la publicación, “Ramón”, del mismo modo en “Fe”.
¿Acaso juega la poeta con el lector?
Esto es lo que me pregunté ni bien terminé de leer el libro. Y creo que sí,
juega, pero no por frivolidad, sino por coherencia entre la palabra y el ánimo
que lo sustenta. ¿No hacía eso acaso Blanca Varela?
Ojo, no estoy diciendo que nos hallamos
ante un epígono de Blanca Varela. La experiencia me ha enseñado a tener que
hacer estas salvedades, pues nunca falta algún distraído que malentienda la
legítima sospecha. Pero en este caso la sospecha deja de ser tal para
convertirse en certeza. Varela forjó su poética desde la ironía y la oscuridad,
y Reyes Vasallo lo hace a cuenta de la ironía y la mirada cotidiana, lo que le
deja un amplio margen de búsqueda en pos de la luz poética, que en su caso lo
halla en cada elemento de la cotidianidad, que suscribe en “Coral superficial”,
impregnado de espíritu lúdico que cuestiona no solo la construcción del poema,
también su alcance metafórico. Es decir, Reyes Vassallo cuestiona en la poesía
el ejercicio poético, y esa actitud es lo que la distingue y la aleja de la
falsedad de la solemnidad forzada de la palabra, que puede pintarse como
poesía, pero que los verdaderos lectores sabemos que no es así.
No sé cuál sea el futuro de Silvana
Reyes Vasallo. Lo que sí sé es que Ramón
es un poemario con personalidad, alma y corazón. Y si algún consejo le puedo
dar, es que siga viviendo en Chiclayo, que solo venga a Lima de visita o por
otros asuntos. Digo esto porque el poemario que nos convoca, solo pudo
escribirse desde una distancia que termina protegiendo el uso de la palabra
poética, una distancia que suma para su poesía, que la cuida de la tentación
del parecer y que tendría que
fortalecerse en la autocrítica del ejercicio poético.
Gracias.
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